viernes, 21 de mayo de 2010

Y AHORA, ¿QUIÉN PODRÁ DEFENDERNOS?




Cualquiera que vaya regularmente a almacenes, supermercados u otros lugares donde se venden alimentos envasados, habrá notado que muchos de ellos mostraban como argumento de venta la presencia de ácidos grasos omega-3. Esta sustancia parecía ser la solución natural para potenciar la actividad cerebral, reducir significativamente los riesgos de infartos o de accidentes cerebro-vasculares, inhibir la formación de cánceres, evitar el mal de Alzheimer e inclusive combatir la depresión y otras enfermedades mentales.

Los ácidos grasos omega-3 pertenecen a los denominados ácidos grasos esenciales que no pueden ser sintetizados por el organismo humano a partir de otras sustancias, y por lo tanto debemos obtenerlo a partir de nuestra dieta alimenticia. Las fuentes más abundantes en ácidos grasos omega-3 son los peces de agua fría, en particular el salmón al que se considera como el menos contaminado. También son abundantes en los pescados azules (anchoas, sardinas, etc.) y en las semillas de varios vegetales: lino, chía, cáñamo y en las nueces. También está presente en los brócoli, almendras, algas y en varios vegetales de hojas verdes.

Tres integrantes de la familia de ácidos grasos omega-3 son importantes para mejorar la calidad de vida de los seres humanos. El ácido alfa-linoleico de cadena corta (ALA) es el precursor de otros dos ácidos de cadena larga: el ácido eicosapentaenoico (EPA) y el ácido docosahexaenoico (DHA). Éste último está implicado en la maduración y en el crecimiento cerebral y retiniano de los niños. Por su parte el EPA tiene importantes efectos anti-inflamatorios. Los humanos convertimos entre el 5 al 10% de ALA en EPA y menos del 4% de ALA en DHA. Tanto el EPA como el DHA pueden obtenerse directamente en la ingesta, principalmente de animales marinos.

Si bien se conocen sus propiedades desde la década del 20 del siglo pasado, pasaron a ser famosos cuando algunos investigadores encontraron que los esquimales (y en menor medida los japoneses) tenían una tasa muy baja de infartos y arritmias y otras enfermedades cerebro-vasculares. Ambas poblaciones tienen una dieta muy elevada en animales marinos. Durante la década del 80 florecieron los papers científicos dedicados a demostrar las virtudes de los ácidos grasos omega-3. Era lógico que la industria alimenticia los incorporara en todos los alimentos posibles e inclusive hay numerosos suplementos nutricionales que también los contienen.

Pero como la vida real se empeña en evitar las soluciones sencillas, el sueño de una píldora que cure casi todo se está desvaneciendo.

La prestigiosa revista New Scientist acaba de publicar un informe donde, si bien reconoce las propiedades preventivas y curativas de los ácidos grasos omega-3 y el rol crucial que juegan durante el desarrollo del feto y en los primeros años de edad, ponen en tela de duda las afirmaciones respecto a otros males.

A continuación se detallan algunas de las afirmaciones preestablecidas y el pensamiento actual en las enfermedades más importantes:

· Mal de Alzheimer: se afirmaba que el DHA postergaba la aparición del mal. Los últimos estudios que los suplementos no producen efecto alguno en las funciones cognitivas o en el tratamiento de la demencia.
· Actividad cerebral: se afirmaba que mejoraba la capacidad de lectura, deletreo y también la conducta. No se encontraron evidencias que justifiquen lo anterior, inclusive en la edad juvenil o superior.
· Cáncer: se afirmaba que el DHA reducía el tamaño de los tumores en las ratas. Los últimos estudios no pudieron relacionar el consumo de ácidos grasos con efectos anticancerígenos. Si bien el consumo de pescados contribuyó a reducir cánceres de tiroides, no se conoce el mecanismo y es probable que se deba al contenido de yoduros de los animales marinos.
· Depresión: se afirmaba que países con alto consumo de omega-3 en sus dietas mostraban menores índices de suicidios y de casos de depresión severa (Alemania: 10 kg de pescado por persona por año y 5% de deprimidos; Japón: 65 kg de pescado por persona por año y menos del 1% de deprimidos). Los últimos estudios no encontraron evidencias que relaciones los ácidos grasos con el nivel de depresión, suicidio, trastorno bipolar o esquizofrenia.

Lo anterior no significa que desde mañana cambie su dieta o que tire a la basura los suplementos que contienen omega-3. La World Health Organization (WHO) insiste que se ingieran entre 0.25 y 2 gramos de DHA por día para reducir la posibilidad de un ataque cardíaco. Más aún, las mujeres embarazadas deben aumentar su nivel diario de 0.25 a 0.30 g por día (en promedio a lo largo del embarazo), de los cuales al menos 0.2 gramos deben corresponder a DHA.

El informe confirma la necesidad de mantener dietas ricas en ácidos grasos omega-3, pero sugiere no dejar de lado otras alternativas saludables (evitar el sobrepeso, hacer ejercicios físicos en forma continuada, reducir el estrés, el alcohol y el tabaco, etc.) pensando que una píldora diaria le va a permitir obviar todas esas alternativas, mucho más difíciles de cumplir.

Como escribí arriba, la vida real se empeña en evitar las soluciones sencillas.

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