miércoles, 27 de junio de 2007

HÁGASE LA LUZ




Algún ancestro creativo se dio cuenta que un manojo de ramas firmemente apretado y encendido producía un luz muy brillante que demoraba en consumirse; la antorcha fue, indudablemente, nuestra primera lámpara “portátil”.
Tiempo después se descubrió que impregnando un extremo de la madera con grasa (tanto de origen vegetal como animal) se producía una mejora en la intensidad y en la duración de la llama. La vida en las cuevas cambió notablemente con la incorporación de lámparas fabricadas con trozos de rocas, o cuernos, o conchas marinas que podían almacenar la grasa a las que se les incorporaba una mecha. Varias de esas lámparas, descubiertas por los antropólogos, datan de 15000 años atrás.

Algunas culturas primitivas, aprovechando la ausencia de una Sociedad Protectora de Animales, colocaban directamente la mecha sobre pescados o pájaros (muertos) para iluminar su habitat. Una técnica de iluminación utilizada en el antiguo Japón consistía en el encierro de luciérnagas en cajas (primitivas). No lo sabían, pero habían descubierto la bioluminiscencia.

La historia continúa con el reemplazo de las grasas por aceite. Las pueblos que habitaban en las proximidades del mar Mediterráneo utilizaban principalmente aceite de oliva. El transporte del mismo hacia otras regiones constituyó una de las primeras “commodities” exportadas por el ser humano.

Transcurrieron miles de años hasta el siguiente impacto tecnológico: la vela. Hay registros de su utilización en las iglesias cristianas alrededor del año 400, pero su uso domiciliario recién se extendió en el siglo XIV. Las primeras velas se hacían con cera de abejas, un producto muy caro, motivo por el cual se la reemplazó con sebo crudo. El principio de funcionamiento seguía siendo el mismo que el de las antorchas: la combustión.

En 1783, el suizo Ami Argand diseña una lámpara que incluye un bulbo o “chimenea” de cristal. Esta modificación permite una mayor velocidad ascendente del aire, lo que favorece una mejor aspiración del aceite (y luego del petróleo) y esa mejora en el proceso de combustión resultó en mayor luminosidad y menor cantidad de humo.


A principios del siglo XIX aparecen en escena las lámparas de gas. El escocés William Murdock dio el puntapié inicial calentando carbón para producir gas que utilizó para iluminar su casa y su oficina. Otra manera de obtener el gas combustible fue mediante la reacción del carburo de calcio con agua para obtener acetileno. Para 1823 había aproximadamente 40 mil lámparas de gas en las calles de Londres y todas las grandes ciudades europeas se plegaron a la moda.

El cambio revolucionario comenzó con el descubrimiento de la electricidad y los ensayos con lámparas de arco eléctrico. Sir Humpry Davy, un químico inglés, realizó la primera demostración de su funcionamiento ante la Real Sociedad de Física de Londres en 1810. La luz se obtenía mediante la descarga eléctrica producida entre dos electrodos de carbono, los cuales se tornaban incandescentes. El inconveniente radicaba en la pérdida de materia en los mismos, particularmente en el ánodo que se volatilizaba al doble de velocidad que el cátodo. Para solucionar estos inconvenientes se utilizaron ánodos de doble grosor, recubrimientos especiales sobre ambos electrodos y recipientes a presión. Por primera vez en la historia de la iluminación se proponía un cambio en el principio de funcionamiento: de la combustión a la incandescencia. Sin embargo, las dificultades para generar electricidad, la peligrosidad de los aparatos y la escasa vida útil conspiraban contra la nueva tecnología.

El invento de la lámpara incandescente, nuestra actual “lamparita”, es motivo de controversias: algunos se la atribuyen a Heinrich Goebel, un alemán emigrado a Estados Unidos, quien desarrolló en 1854 una lámpara con un filamento de bambú carbonizado en el interior de una ampolla de cristal, a la cual se le había practicado el vacío. Otros se la acreditan a Joseph Swam por su demostración realizada en febrero de 1879 in Newcastle-upon-Tyne ante un auditorio de 700 personas. La lámpara de Swan contenía un filamento de hilo de algodón carbonizado.

El imaginario popular atribuye a Tomás Alva Edison (“el mago de Menlo Park”) el invento de la lámpara incandescente. En realidad, Edison compró una patente canadiense a dos inventores, Woodward y Evans, quienes no poseían el capital necesario para tamaño emprendimiento. Edison, símbolo del pujante capitalismo norteamericano, puso a todo su enorme laboratorio en la tarea de obtener una lámpara que utilizara la menor cantidad de corriente eléctrica y que tuviera una vida útil que la hiciera económicamente factible. Tras cientos de ensayos, en octubre de 1879, colocó un filamento de hilo de coser carbonizado en un bulbo de vidrio al vacío y la lámpara se mantuvo encendida 45 horas. A continuación vino la publicidad y el “management”: en dos años se habían instalado 300 estaciones generadoras de energía eléctrica que alimentaban a 70 mil lámparas incandescentes cuya vida útil promediaba 100 horas.

El proceso de evolución tecnológica también se dio en las lámparas incandescentes. Los avances más significativos fueron la utilización del tungsteno en los filamentos y el reemplazo del vacío por un gas inerte. El tungsteno (o wolframio) reemplazó a otros materiales debido a sus ventajas en elevada resistividad, elevado punto de fusión, durabilidad y costo relativamente bajo. Por su parte, Langmuir en 1913 reemplazó el vacío por nitrógeno (luego por argón) demostrando que el agregado de un gas inerte inhibía la disgregación del filamento de tungsteno, prolongando la vida de la lámpara bajo condiciones de presión similar a la atmosférica.

El siguiente salto tecnológico lo aportaron las lámparas de descarga, habitualmente denominadas fluorescentes. Su principio de funcionamiento se basa en la luminiscencia y el pionero fue Peter Cooper Hewitt, quien en 1901 desarrolló la primer lámpara de vapor de mercurio. En el interior de la lámpara se coloca gas argón (neón, nitrógeno, etc) y una perla de mercurio. Con el pasaje de la corriente eléctrica, el mercurio se volatiliza y comienza a emitir radiaciones en longitudes de onda muy cortas en la franja de los ultravioletas. Estas radiaciones son las que excitan las sustancias fotoluminiscentes de la lámpara (recubrimiento interior a base de fósforo) produciendo radiación en longitudes de ondas más largas que si son visibles. Progresivamente se está reemplazando el vapor de mercurio por vapor de sodio debido a su menor costo y reducida contaminación ambiental. A finales de los 80, aparecieron en el mercado las lámparas fluorescentes compactas (“lámparas de bajo consumo”) permitiendo una combinación entre estética y bajo consumo, del que carecían los “poco agraciados” tubos fluorescentes.

Una nueva revolución está en progreso: fabricantes de microchips que emiten luz prometen que las lámparas incandescentes y de descarga pronto acompañarán a las antorchas y las velas en el baúl de los recuerdos. Como siempre ha sucedido, y sucederá, superan a sus predecesoras en menor consumo de energía, mayor vida útil y brindan a los diseñadores mayores posibilidades creativas. Ya son conocidos nuestros: son los LEDs (Diodos Emisores de Luz) que vemos diariamente en algunos carteles luminosos, señales de advertencia vial y luces de freno. Los investigadores están concentrando sus esfuerzos en reducir su tamaño a nivel microscópico, aumentar su luminosidad y reducir aún más el consumo de energía (al estado actual de la tecnología consumen un 80% menos que una lámpara incandescente). Lo que desvela a los diseñadores es la, ya verificada, posibilidad de incorporarles un “software” para alterar la intensidad, los patrones lumínicos y la posibilidad de generar hasta 16.7 millones de colores diferentes. Los arquitectos imaginan casas y oficinas cuyos niveles y esquemas de iluminación varíen según la hora, el clima y el estado anímico de sus ocupantes. El “show business” planifica incorporarlos en los cines, teatros y recitales para crear efectos que acompañen a las películas y espectáculos. Otras aplicaciones previstas: poder variar periódicamente la ambientación de la “pieza de los chicos” o la de algún recinto donde se desarrolle una fiesta.

Por el momento son muy caros, pero se esperan importantes contribuciones desde el área de la nanotecnología (manipulación de la materia a nivel atómico). Los más optimistas pronostican que antes del 2010 ingresarán en las casas y oficinas. Mientras tanto seguiremos conviviendo con nuestros rígidos esquemas de iluminación y “sufriendo” cuando nos llegue la cuenta de la luz.

domingo, 24 de junio de 2007

EL ALETEO DE UNA MARIPOSA


El miércoles 28 de mayo de 2003 falleció en Bruselas, Bélgica, uno de los más destacados científicos de la segunda mitad del siglo XX: Ilya Prigogine.


Nació en Rusia, pocos meses antes de la Revolución de Octubre de 1917 que llevó al Partido Comunista al poder. Sus padres deciden emigrar y parten, primero hacia Lituania y luego a Berlín. Residen en Alemania hasta 1929, cuando preocupados por el ascenso del nazismo vuelven a preparar las valijas para trasladarse hacia Bélgica.
La infancia de Ilya Prigogine transcurre entre las clases de música que le imparte su madre (aprende a leer partituras antes que libros) y la posterior lectura de los clásicos griegos. Le apasiona la historia y la arqueología, pero la presión familiar condiciona la elección de sus estudios universitarios: su padre ingeniero químico y su hermano mayor estudiante de química dan como resultado que el joven Ilya ingrese en la Universidad Libre de Bruselas en la misma carrera de su hermano. Durante el transcurso del cuarto año de estudios, elige el tema que marcará su posterior carrera científica: termodinámica, la ciencia de las transformaciones de la energía, incluyendo el estudio de procesos irreversibles sometidos a “la flecha del tiempo”. En esta decisión fue significativa la influencia del filósofo francés Henri Bergson, quien en su libro “Evolución Creativa” escribe frases que Prigogine recuerda en su autobiografía: “cuando más en profundidad estudiamos la naturaleza del tiempo, es cuando mejor entendemos que duración significa invención, creación de formas, elaboración contínua de lo absolutamente nuevo”.

Continúa sus estudios en la misma Universidad hasta obtener su doctorado en 1941 y un cargo de profesor en 1947. Su trabajo se relaciona con la aplicación de la segunda ley de la termodinámica a sistemas complejos, incluyendo organismos vivos. La segunda ley establece que los sistemas físicos tienden a deslizarse espontánea e irreversiblemente hacia un estado de desorden (este proceso se conoce como entropía). La validez de la segunda ley está absolutamente comprobada, pero ella no explica como sistemas complejos pueden haber surgido espontáneamente a partir de estados menos ordenados y como los mismos pueden mantenerse en oposición a la tendencia hacia el desorden.
Antes de Prigogine, la mayoría de los estudios en termodinámica se relacionaban con sistemas cerrados y procesos en equilibrio (principalmente máquinas térmicas). Enfrentándose a la opinión adversa de numerosos físicos y químicos, Prigogine enfoca el análisis de sistemas abiertos, complejos y en estados “alejados del equilibrio”. Los sistemas abiertos, son aquellos que intercambian materia y energía con el ambiente exterior (el cuerpo humano es un sistema abierto). Prigogine observa que cuando el flujo de energía se vuelve muy complejo produce grandes fluctuaciones en el interior del sistema. Tales fluctuaciones resultan en una reorganización del mismo en una estructura de mayor complejidad. Esto a su vez, es la causa de nuevas fluctuaciones y por ende de mayor reorganización; en definitiva estamos asistiendo al proceso de evolución de los sistemas. Es la teoría de las estructuras disipativas, no sólo aplicable a las reacciones químicas, sino también a los ecosistemas e inclusive a la conducta de los seres humanos.
Autor de 20 libros y más de 1000 artículos científicos, Prigogine obtiene el Premio Nobel de Química 1977 por su teoría de las estructuras disipativas y otros descubrimientos en la termodinámica de los procesos irreversibles. Entre los fundamentos de su decisión, el Comité Nobel afirma que: “El ha dado nueva relevancia y ha creado teorías para reducir la brecha entre las esferas del saber de la biología y de las ciencias sociales”. La Royal Society de Londres lo premia con la medalla de oro Rumford, el gobierno japonés con la Orden Imperial del Sol Naciente, Francia con la medalla Descartes y el Rey de Bélgica le otorga el título de Vizconde.
Las ideas de Prigogine trascienden el campo de la física-química y se internan en la filosofía: la visión clásica divide al mundo en el ser espiritual y el mundo físico, exterior. En nuestro interior notamos el pasaje del tiempo, experimentamos los cambios, percibimos la flecha del tiempo. Por el contrario, la mayor parte de la física postula teorías que no distinguen entre pasado y futuro. El objetivo de Prigogine consiste en superar esta ruptura, tendiendo el puente entre el ser y el devenir: “vemos una convergencia entre el mundo exterior y nuestro mundo interior. Con el paradigma de la autoorganización vemos una transición del desorden al orden. En el campo de la actividad psicológica es tal vez nuestra principal experiencia —cada creación artística o científica implica una transición del desorden al orden— ”.
Los conceptos subyacentes en las estructuras disipativas dan origen a la teoría del caos cuya metáfora mediática es muy conocida: “el aleteo de una mariposa en Pekín puede producir, un mes después, un huracán en Texas”. En la realidad hay desórdenes e inestabilidades momentáneas, pero todo retorna luego a su cauce determinista. Los sistemas son predecibles, pero de repente, sin que nadie sepa muy bien porqué, empiezan a desordenarse y caotizarse (período donde se tornarían imposibles las predicciones), pudiendo luego retornar a una nueva estabilidad. El interés no es sólo académico: ¿porqué en el ritmo cardíaco normal se filtra el caos y se produce un paro?; ¿porqué es imposible predecir el clima más allá de unos pocos días?; ¿porqué hay variaciones imprevistas de los precios?. Observemos el humo de un cigarrillo: al principio asciende en forma tranquila (laminar) y súbitamente, sin causa aparente, se vuelve turbulento. Las epidemias, los “embotellamientos” de tránsito, la distribución de las flores silvestres en el campo, el comportamiento de las bolsas y muchos otros fenómenos no pueden ser modelizados apropiadamente con las herramientas matemáticas y físicas actuales.
Lo que está en juego son dos modelos de universo: el modelo determinístico, sostenido por Newton, Laplace y Einstein (también tiene su frase mediática: “Dios no juega a los dados”) que sostiene que el universo es un reloj (un autómata) donde no hay lugar para el azar y donde todo está determinado inexorablemente por las leyes de la naturaleza.
Los defensores de este modelo afirman que no podemos predecir el clima porque desconocemos (aún) las leyes que lo rigen; con el tiempo iremos avanzando en nuestros conocimientos sobre todos y cada uno de los fenómenos de la naturaleza hasta obtener la predicción completa de la misma. Los defensores de la teoría del caos afirman que tal conocimiento absoluto nunca será factible porque el mundo no es previsible sino caótico. Los sistemas estables son la excepción (la tierra girando alrededor del sol); lo habitual son los sistemas inestables con una “mezcla” de caos y de orden. El universo funciona de tal modo que del caos pueden nacer nuevas estructuras y es paradójicamente un estado de no equilibrio el punto de partida que permite pasar del caos a la estructura estable. El observador no es quien crea la inestabilidad o la imprevisibilidad con su ignorancia: ellas existen de por sí.
Prigogine sostuvo que las leyes de la naturaleza no están todas "dadas" desde el principio, sino que evolucionan como lo hacen las especies. A medida que las “cosas” se complican, aparecen bifurcaciones, amplificaciones, fluctuaciones y emergen nuevas leyes. No existe “el fin de la historia”; el futuro es incierto porque más allá de un cierto umbral de complejidad, los sistemas siguen rumbos imprevisibles, pierden sus condiciones iniciales y no se pueden revertir ni recuperar. “Es nuestra acción la que construye el futuro y tenemos una responsabilidad a asumir. Vivimos en un mundo peligroso e incierto que no inspira confianza ciega, pero que agudiza las oportunidades de ejercitar nuestra acción responsable y valiosa”.

sábado, 23 de junio de 2007

EL DÍA QUE ME QUIERAS




¿En qué día de la semana nació Ud.?, ¿En que día de la semana comenzará el año 2010?. La reacción natural a estas preguntas es consultar algún libro o programa de computadora que contengan tales respuestas. Aunque prácticamente todos los días miramos algún almanaque, tenemos la tendencia a pensar de él como un instrumento complejo e irregular. Los meses consecutivos casi siempre tienen un número diferente de días, no hay una regularidad aparente en el día de la semana en que comienza el mes, y para complicar más el tema cada tanto aparecen los años bisiestos.

Sin embargo, hay pocas cosas tan regulares y predecibles como el movimiento anual de la Tierra alrededor del sol, movimiento que constituye la base teórica del calendario. Es conocido que en el año hay 52 semanas de 7 días cada una, totalizando 364 días. Si el planeta completara su órbita en 365 días, deberíamos concluir que una determinada fecha en un año debe corresponder a un día de la semana posterior al del año anterior. El problema radica en que el giro de la Tierra se completa en 365.242222.... días. La historia del calendario es la historia de los intentos para reconciliar esa diferencia respecto a un número entero de días.

Los primeros calendarios contenían 365 días e ignoraban la parte fraccionaria, de modo que para el año 46 a. de C. el almanaque de la República Romana estaba 3 meses desfasado del valor astronómico. El emperador Julio Cesar, advertido de ese error por el astrónomo alejandrino Sosígenes, instituyó un nuevo calendario de 365 y ¼ días, en el cual cada 4 años se agregaba un día adicional para compensar las diferencias. Orgulloso de su tarea, el emperador cambió el nombre del mes Quintilis por Julio y el nuevo calendario comenzó a denominarse Juliano. La modificación funcionó aparentemente bien hasta el siglo XVI, cuando la Iglesia notó una tendencia creciente de las Pascuas a caer en Febrero. Para corregir el problema, el Papa Gregorio XIII comisionó al astrónomo Aloisio Lilio para que desarrolle un calendario más exacto que coincida con la longitud real del año. El astrónomo concluyó sus estudios indicando que cada 4 años debería haber un año bisiesto, excepto que el año en cuestión sea múltiplo de 100, en cuyo caso no será bisiesto, excepto que sea múltiplo de 400, en cuyo caso si será bisiesto. Aunque parezca confuso, implica que cada 400 años hay 97 años bisiestos y esto nos deja un año calendario promedio de 365 + 97/400 = 365.2425, lo que para la época era un precisión excelente. Este calendario se denominó Gregoriano y es el actualmente en uso. Fue adoptado por la mayoría de los países europeos en 1582, aunque hubo que realizar una ligera corrección por el error que se arrastraba desde la época de Julio Cesar: el día posterior al 5 de octubre de 1582 fue proclamado 15 de octubre.

Con el nuevo sistema cada fecha es un día posterior al año siguiente y dos días posteriores si el año es bisiesto. Ahora podemos resolver las preguntas del comienzo de la nota o calcular en que día de la semana sucedió algo de nuestro interés. Seamos cautos si retrocedemos mucho en el tiempo porque, contreras como siempre, los ingleses se resistían a adoptar el nuevo calendario y recién lo hicieron en 1752, con lo que pueden surgir discrepancias según el país del suceso entre los años 1582 y 1752. El 2 de setiembre de 1752 la Corona Inglesa proclamó que el siguiente día será 14 de setiembre. Las colonias americanas, ignorante de los motivos de tal medida y ya en conflicto con la Metrópoli, elevaron su queja de “Devuélvanos nuestros 11 días”.

viernes, 22 de junio de 2007

HAS RECORRIDO UN LARGO CAMINO MUCHACHA


El movimiento feminista provocó una de las revoluciones más trascendentes en la historia de la humanidad. Previo al mismo, las mujeres tuvieron severas limitaciones para insertarse en las diversas actividades humanas y particularmente en las actividades científicas. Las primeras teorías referidas a la evolución del “hombre” prehistórico atribuían las capacidades compartidas de lenguaje, inteligencia y otras propiedades valiosas de la mente humana como surgidas debido a las actividades de los varones prehistóricos. Tales teorías indicaban que el lenguaje surge debido a la coordinación necesaria para cazar animales grandes, tarea sólo masculina según los dibujos de los artistas que reflejaban la prehistoria. También postulaban que la conciencia emerge a partir de la compleja actividad mental requerida para cazar acechando furtiva y solitariamente a las presas (tarea también masculina). Esta visión “machista” impregnó poderosamente a los círculos científicos y es así que recién en 1904 la Sociedad Geológica de Londres admite a una mujer como miembro de la misma, mientras que la Sociedad Linneana (estudios botánicos) lo hizo en 1911.

Botánica y Zoología fueron inicialmente las disciplinas donde pudieron insertarse mejor, aunque sus tareas consistían básicamente en la observación y recolección de muestras y
especímenes, las que eran luego entregadas a hombres quienes se encargaban de la descripción y fundamentalmente de la publicación de los resultados. Sólo una mujer contribuyó con un “paper (publicación científica) a los Anales de la Sociedad Botánica de Londres, sociedad científica que existió entre los años 1836 al 1856. Como era de esperar, no se le permitió la lectura del trabajo, sino que debió cedérselo a un científico quien, gentilmente, consintió en leerlo para el auditorio. La Sociedad Botánica de Londres era una de las más liberales de la época, integrada principalmente por aquellos que no podían acceder a las sociedades científicas prestigiosas, básicamente por restricciones sociales. Pese a su aparente liberalidad, la Sociedad Botánica no permitía que las mujeres integraran su comisión directiva y si bien podían votar, sólo lo realizaban a través de un apoderado (varón integrante de la Sociedad).

Las Matemáticas también fueron consideradas inadecuadas para el “sexo débil”. Sobresaliente por su tenacidad y victoria final es la historia de
Sonya Kovalesky (1850 – 1891). Su familia, perteneciente a la clase alta rusa, la educó con los mejores tutores de la época. Su interés por la Matemáticas se origina en un tío que le enseña a jugar ajedrez y le cuenta historias que incluyen al infinito y la cuadratura del círculo. Cuando a los 11 años le están renovando el empapelado del dormitorio y descubren que los papeles no llegan a tiempo deciden recubrir las paredes con hojas litografiadas de conferencias sobre cálculo diferencial e integral. Sonya pasa largas horas fascinada por los símbolos y decide, secretamente, aprender álgebra y geometría. Cuando a los 15 años tomó sus primeras clases sobre el tema, asombró a sus maestros por el dominio de la simbología y la rápida asimilación de los conceptos. No pudo ingresar a la Universidad en su Rusia natal porque le estaba vedado a las mujeres. Pensó que su única solución era viajar por el mundo hasta lograr que la aceptaran y para tal fin se casó con un estudiante de paleontología, Vladimir Kovalevsky. Sonya y Vladimir pertenecían a la camada de rusos librepensadores que, en tiempos prerevolucionarios, dieron el nombre a una de las pocas palabras en ruso que tiene vigencia universal – intelligentsia. Los hombres y mujeres de la intelligentsia fomentaban las ideas revolucionarias de la época, eran bohemios en su estilo de vida y, a diferencia de sus pares europeos y norteamericanos, estaban fascinados por la ciencia y su capacidad de cambiar al mundo. Sonya y Vladimir se casaron con el único objetivo de lograr la emancipación de Sonya y su derecho a viajar por el mundo.

Recalaron en
Heidelberg (Alemania) donde Sonya pudo continuar sus estudios en Matemáticas. Insatisfecha con el nivel alcanzado, decidió ir a Berlín para estudiar con una de las mentes más brillantes de la época, Karl Weierstrass, pero le esperaba una nueva desilusión cuando se entera que tampoco es aceptada por su condición de mujer. Convence a Weierstrass para que le de lecciones particulares y supervise su tesis de doctorado en ecuaciones diferenciales. Tras cuatro arduos años de estudio, obtiene en 1874 su doctorado “in absentia” en la Universidad de Götingen (Alemania). Con el título bajo el brazo busca, sin éxito, trabajo en Alemania y Rusia. Lo consigue en la Universidad de Estocolmo (Suecia) donde realiza una brillante carrera, a tal punto que en 1888 gana un premio científico otorgado por la Academia Francesa de Ciencias, en una competencia para trabajos enviados anónimamente. El jurado quedó tan impresionado por la calidad del trabajo presentado que decidió elevar el valor del premio desde su valor original de 3000 a 5000 francos. Para completar su revancha, fue la primera mujer elegida como miembro de la Academia Rusa de Ciencias. Fallece de neumonía en 1891 en el mejor momento de su carrera profesional.

Recién en esta generación han accedido las mujeres a las tareas científicas en número considerable. Inclusive algunas cuestionan a los gobernantes; El ex
ministro Cavallo les respondió con la antidiluviana expresión : ¡Andá a lavar los platos!.

Y EL GANADOR ES .........

Una noche en el mes de marzo concita la atención de millones de telespectadores: es la entrega de los Premios Oscar. Aún aquellos que esporádicamente van al cine siguen atentamente los preparativos de la ceremonia y comentan o polemizan sobre las decisiones de la Academia.



También la entrega de los Premios Nobel es objeto de una intensa difusión periodística, aunque dada la complejidad de los estudios científicos premiados en Física, Química y Medicina, sólo se da la controversia en los Premios Nobel de Literatura, Paz y, eventualmente, de Economía.

Alguien pensó que también debería “premiarse” a las peores películas, a los peores actores y a los “peor vestidos” y se crearon ceremonias para tales fines. Lógicamente, los seleccionados para esos reconocimientos no asisten a la fiesta pero el periodismo especializado se encarga de difundirlo. Marc Abrahams, de la Universidad de Cambridge, pensó que debería premiarse a un conjunto de insólitas investigaciones científicas y desarrollos tecnológicos y para tal fin creó los Nobel Ig.

NOBLES “MA NON TROPO”

Según sus promotores, el Premio Nobel Ig se otorga a quienes han realizado algo que, en primer lugar, hace REIR a la gente pero luego les hace PENSAR. Adicionalmente, el premio se otorga a aquellos descubrimientos o creaciones que “no pueden o no deben ser reproducidos”.

Veamos que hicieron algunos de los últimos ganadores: dos científicos indios de la Universidad de Kerala publicaron un trabajo sobre la “Estimación del área superficial total de los elefantes de la India”. Varios japoneses obtuvieron el Nobel Ig de la Paz 2002 por su contribución a la comprensión y armonía inter-especies al inventar un dispositivo para traducir del lenguaje humano al canino y viceversa. El Nobel Ig de Medicina 2001 fue obtenido por un científico de la Universidad Mc Gill por su trabajo: “Daños producidos debido a la caída de cocos”. El de la Paz 2001 fue para el lituano que construyó un parque de diversiones titulado “Mundo Stalin”. Científicos italianos de la Universidad de Pisa, románticos incurables, encontraron que “bioquímicamente, el amor romántico, puede no ser diferente de tener un severo desorden obsesivo – compulsivo”. La Armada Real Británica obtuvo el Nobel Ig de la Paz 2000 por ordenar a sus marineros que en vez de utilizar munición verdadera en sus cañones, la reemplacen por el grito ¡Bang!. Es innegable que hay diferencias entre el Nobel “original” entregado a Einstein por su Teoría de la Relatividad y el Nobel Ig otorgado al inglés Len Fisher quién calculó la “manera óptima de sumergir un bizcocho”. No menos interesante fue la contribución científica del médico noruego que publicó su estudio relativo a la forma, tamaño y otras características de los recipientes que contenían la orina que sus pacientes le enviaban. El Nobel Ig 1993 en Matemática fue para un catedrático de la Universidad de Carolina del Sur quien calculó la probabilidad de que Mijail Gorbachov fuera el Anticristo (710.609.175.188.282.000 a 1) y el de Psicología 1995 para tres japoneses que entrenaron palomas para que distingan entre las pinturas de Picasso y las de Monet.

Varios ingeniosos inventores recibieron su correspondiente Nobel Ig: dos norteamericanos que patentaron un dispositivo para ayudar al parto consistente en acostar a la parturienta en una mesa circular y rotarla a la mayor velocidad posible. El español que desarrolló una máquina lavadora de perros y gatos. Un norteamericano premiado por haber inventado un software que detecta cuando un gato camina sobre un teclado de computadora. Un australiano, que en el año 2001, patentó la rueda (el premio fue compartido con la Oficina de Patentes de Australia, organismo que le concedió la correspondiente patente). Otro norteamericano desarrolló un calzoncillo hermético provisto de un filtro de carbón que elimina los malos olores antes que los mismos se escapen. Los Nobel Ig de Economía tuvieron merecidos ganadores: dos japoneses que inventaron el Tamagotchi (¿recuerdan a la mascota virtual?) por la cantidad de horas de trabajo que le hicieron perder a quienes tuvieron la mala idea de comprarlo. Al Reverendo Moon por haber desarrollado la industria del casamiento en gran escala (pasó de 36 casamientos en 1960 a 36 millones en 1997). Los ejecutivos y auditores de Enron, Merrill Lynch, Merck, WorldCom, Xerox, Arthur Andersen y otras empresas por haber adaptado el concepto de números imaginarios al mundo de los negocios. Un economista de la Universidad Metodista del Sur y autor de los libros: “La gran depresión de 1990” y “ Sobreviviendo a la gran depresión de 1990” obtuvo, merecidamente, el Nobel Ig de 1993 ya que la impresionante venta de sus libros evitó que en 1990 hubiera una depresión económica.

10 Premios Nobel Ig se entregan en una ceremonia de gala que se realiza anualmente en la Universidad de Harvard. La mayoría de los premiados concurre a la misma y es habitual que un ganador de un Nobel “original” entregue la distinción. No hay un espíritu de “cargada”, a la que son tan afectos los argentinos, sino que intenta ser un reconocimiento, en algunos casos a la ingenuidad, en otros a la imaginación. Algunos intentan ser una advertencia de los riesgos que conlleva la burocracia o la presión por publicar en una revista científica. Los Nobel Ig ayudan a demitificar la ciencia y la tecnología mostrándonos muchas veces al “rey desnudo”.

¡OUCH!

Existe un galardón que nadie quiere obtener: los Darwin Awards (Premios Darwin). Se entrega a aquellas personas que contribuyen a mejorar el genoma humano matándose en la forma más estúpida posible y sin dejar descendencia. Veamos algunos ejemplos: el sereno de un compañía telefónica canadiense obtuvo el Premio Darwin 1999 tras morir por haber estado expuesto a una intensa radiación de microondas en la mañana de Navidad. Ingresó a una zona de acceso restringido junto a una docena de latas de cerveza y un banquito; para protegerse del intenso frío se sentó frente al generador de microondas cuya potencia fue incrementada notablemente anticipando el creciente número de llamadas telefónicas que se realizan durante la Navidad (la radiación de microondas calienta las moléculas de agua del cuerpo humano como las de cualquier otra sustancia orgánica). Una francesa de 27 años se mató en un accidente de auto en una autopista en las proximidades de Marsella; perdió el control del vehículo cuando su Tamagotchi comenzó a sonar intensamente pidiendo comida. Dos técnicos de una compañía de gas en Texas concurrieron a un negocio para atender un reclamo por intenso olor a gas. Los empleados del negocio, prudentes, cortaron la corriente eléctrica y los técnicos se encontraron en el interior del
negocio a oscuras; para poder orientarse necesitaban una luz y uno de ellos utilizó su encendedor para obtener la nominación al Premio Darwin.

Entre otros nominados se destacan: el norteamericano que decidió jugar a la ruleta rusa con una pistola semiautomática ( un mecanismo se encarga de alojar siempre una bala en la recámara). Un abogado canadiense intentando explicar con un ejemplo el nivel de seguridad de las ventanas de un edificio impactó con su hombro a una de ellas, la misma se rompió y el abogado murió tras una caída de 24 pisos. Seis egipcios fueron nominados para el premio en 1996 al haberse ahogados intentando salvar una gallina que se había caído en un pozo (la gallina fue posteriormente rescatada).

La bióloga australiana Wendy Northcutt propuso la idea del Premio Darwin. Basándose en el concepto de la supervivencia del más apto, Northcutt asume que la muerte (sin dejar descendencia) de aquellos que cometen errores absurdos es una forma de mejorar el acervo génico de la humanidad y ello conlleva un incremento en la probabilidad de la supervivencia de la especie en el largo plazo. La idea de Northcutt ha sido criticada por ser “políticamente incorrecta”, pese a lo cual la cantidad de páginas en Internet relacionadas con los Premios crece día a día. Sugerimos un nuevo saludo para los amigos en el día de su cumpleaños: “Que nunca te nominen para el Premio Darwin”.