viernes, 24 de septiembre de 2010

NO SOMOS NADA


¿A quién no le gusta el chocolate? Es probable que a muchos no le guste, pero seguro que son minoría. Para la mayoría de los mortales, a los cuales nos encanta el chocolate, hay buenas noticias: investigadores norteamericanos han completado la secuencia del ADN de Theobroma cacao, el árbol de cacao que da la materia prima para la elaboración de uno de los alimentos más exquisitos del planeta.

El proyecto, esponsoreado por Mars ─una de las empresas más importantes en la fabricación de chocolates─, podría servir para desarrollar árboles resistentes a enfermedades, frutos más sabrosos y mayores rendimientos por hectáreas. Entre los beneficiarios del proyecto están las empresas productoras, los seis millones de granjeros que producen cacao en zonas tropicales y los millones de consumidores de chocolate.

Es otro gran avance de la ciencia genómica. Si bien no hay números exactos, se calcula que ya son 180 las formas de vida con secuencia genética completa. Es una lista muy heterodoxa integrada por: arroz, trigo y uvas; levaduras, chimpancés y perros; la mosca de la fruta, ratas usadas en laboratorios de investigación científica y gallinas; microbios que incluyen a la plaga bubónica, lepra y el parásito de la malaria; y por supuesto el ser humano, autor de todos esos estudios.

Ahora parece más fácil, pero hace sólo 20 años la idea de completar la secuencia del ADN pertenecía a la ciencia ficción. Un poco de historia: el ADN (ácido desoxirribonucleico) fue aislado por primera vez en el laboratorio en 1944. el mérito por la descripción de su estructura fue otorgado a Francis Crick y James Watson, quienes lo completaron en 1953. Luego apareció Frederick Sanger, quien en 1975 encontró una manera de leer la secuencia del código genético. Otro hito en la historia de la genómica fue la invención de la huella genética por el científico inglés Alec Jefreys: es una técnica que permite diferenciar entre individuos de la misma especie a partir de muestras del ADN. La huella genética se utiliza en medicina forense para identificar a sospechosos de actos criminales a partir de muestras de sangre, cabello, saliva o semen. Ha permitido inculpar o exonerar a muchísima gente; también ha dado tema para los guionistas de innumerables series de televisión. La historia del descubrimiento del ADN tiene también su “toque humano” a partir del rol cumplido por Rosalind Franklin en la investigación. Lamentablemente, Franklin falleció de cáncer en 1958, a los 37 años de edad, originando una controversia que aún hoy continúa.

En 1995 se logró la primera secuencia genética: se trató de una simple bacteria. Luego le siguieron la levadura, un gusano nematodo y la mosca de la fruta. La secuencia del ser humano se completó en el año 2000: todo un símbolo para quienes gustan de los números redondos. A partir de la evolución incesante en la potencia de cálculo de las computadoras, en sistemas de control automático, y la notoriedad y dinero involucrado en los experimentos con ADN, sólo podemos esperar que la genómica se desarrolle a pasos agigantados.

Este desarrollo tendrá consecuencias: desde el descubrimiento de curas para enfermedades hoy sin solución a la obtención de plantas y animales con propiedades específicas (¿maíz con sabor a cacao?). Tal vez sea parte de la solución para alimentar a un mundo superpoblado y evitarnos tener que migrar a otros planetas. También da material para que los luditas verdes avancen con sus profecías apocalípticas. Hay todo un conjunto de implicancias éticas y morales que deberían discutirse y tratar de arribar a ciertos acuerdos básicos.

Un resultado inesperado: los seres humanos tenemos alrededor de 30.000 genes, el cacao tiene más de 35.000 y se considera que el trigo anda por los 40.000. Puede gustarnos o no el chocolate, pero ¿quién esperaba tener menos genes que el cacao o el trigo? Es otro punto a favor de aquellos que opina que el tamaño no importa.

domingo, 19 de septiembre de 2010

ALLÁ VAMOS


El dilema de la superpoblación en el planeta es un tema inevitable para quienes analizan el futuro mediato. La tendencia es muy clara: la población aumenta, la expectativa de vida se alarga, el consumo de energía y alimentos crece significativamente, pero hay una restricción fundamental: el planeta que nos aloja es el mismo de siempre.

Podemos (y debemos) ahorrar energía, reciclar el agua, consumir menos, pero siempre hay un límite inferior para la huella ecológica individual y si no se frena el aumento de la población, inexorablemente no habrá recursos para todos.

Un grupo de científicos reflota una vieja idea para darle una solución parcial al problema: la colonización del espacio. Si bien la cara más conocida de ese grupo es Stephen Hawking, uno de los que más interviene en el debate es el historiador Roger Launius, curador del Smithsonian National Air and Space Museum.

Launius defiende fervorosamente la idea de colonizar el sistema solar. Es conocido que algunas bacterias pueden sobrevivir en el espacio exterior, pero no el ser humano. Por lo cual hay, a la fecha, sólo dos soluciones posibles para poder vivir en otro planeta: crear artificialmente una biosfera donde podamos habitar o modificarnos radicalmente para poder adaptarnos a las condiciones del nuevo habitat.

Estas modificaciones tan radicales nos transformarían en cyborgs: un organismo viviente que es una combinación de partes orgánicas y partes electromecánicas. Dicho en términos algo más crudos: en parte humano, en parte máquina.

Según Launius el enfoque no es tan dramático si consideramos los millones de seres humanos que sobreviven o mejoran su calidad de vida merced a los aparatos y dispositivos artificiales que tienen en su interior físico: marcapasos, stents, implantes cocleares, implantes dentales, brazos, piernas, rodillas y codos artificiales. Sin lugar a dudas, hay muchos más dispositivos que desconozco, pero es seguro que los humanos no nacemos con ellos. Según Launius, ya hemos comenzado a convertirnos en cyborgs.

Es evidente que se necesita un enorme salto tecnológico para pasar de unos pocos implantes artificiales a tener la capacidad de sobrevivir en atmósferas extraterrestres. Pero al final es sólo una cuestión de asignarle el tiempo y los recursos humanos y económicos apropiados. Lo realmente importante son las implicancias éticas, morales y tal vez religiosas que la idea conlleva.

El dilema ético radica en si podemos justificar los cambios que tenemos que hacer para que sobreviva la especie humana, aunque esos cambios den como resultado algo diferente al ser humano que conocemos. ¿Esta nueva especie tendrá sólo una simulación de la conducta humana?, ¿tendrá las intuiciones y sensibilidades morales que nos caracterizan? Si realmente proponemos la colonización del espacio como la mejor solución, ¿seremos los aprendices de brujos de los futuros Terminators?

Aún falta mucho para tomar decisiones al respecto, y hay multitud de problemas más acuciantes en el corto plazo. Pero el largo plazo siempre llega y los pensadores más lúcidos deben iniciar el debate. Se trata, nada más y nada menos, que la supervivencia de la especie humana.

viernes, 10 de septiembre de 2010

SOBRE HOMBRES Y MÁQUINAS


El sociólogo norteamericano Clifford Naas acaba de publicar un libro titulado “The man who lied to his laptop” (El hombre que le mintió a su computadora portátil). Es un título bastante “marketinero”, aunque ciertas afirmaciones que realiza el autor en el libro son interesantes para el análisis.

Naas, en su último año como estudiante de Ciencias de la Computación, decidió hacer un curso en Sociología y se encontró con la posibilidad de entrelazar ambos campos de la ciencia para investigar cómo se están dando las interacciones entre los humanos y las computadoras.

El principal descubrimiento de Naas es que tratamos, en cierto grado, a las computadoras como si fueran humanas. Entre los diversos experimentos realizados para confirmar esta hipótesis, Naas indica aquel donde un conjunto de personas tenían que calificar a un software. La evaluación se hizo en dos grupos de máquinas: en una de esos grupos el software estaba siendo usado desde hace tiempo; en el otro grupo el programa no estaba siendo usado y se lo cargó sólo para la prueba. En forma consistente, el programa recibió mejores calificaciones en el primer grupo de computadoras: un comportamiento del tipo “no voy a herir los sentimientos de la computadora donde el programa hace tiempo que está instalado”.

En otro experimento, un grupo de voluntarios tenían que realizar una serie de tareas en diversas computadoras. A cada máquina se le asignó una persona y se le agregó un pedazo de tela roja o azul, como si formaran parte de un equipo. A los participantes se les hizo un montón de preguntas, aunque la única que le interesaba a Naas era si calificaban igual a las de su equipo que a las del otro. Nueva sorpresa: la mayoría de los voluntarios del equipo rojo calificó a las computadoras que tenían la tela roja como mejores, más rápidas y más amigables, comparadas con las que tenían la tela azul. La misma conducta se verificó con los integrantes del otro equipo. Es el tema de la identificación con un equipo que miles de empresas en el mundo tratan de obtener de sus empleados.

Otro experimento interesante se relacionó con cómo lograr que la gente nos revele información. Un conjunto de voluntarios interactuó con un programa que les informaba lo siguiente: “La mayoría de las computadoras tienen hoy en día 2Mb de memoria; como soy un modelo antiguo, sólo tengo 1 Mb de memoria. ¿Con qué cosas se siente usted inadecuado?”. Los participantes se mostraron más favorables a revelar información privada cuando se encontraron con un programa que les mostraba “su situación particular”. Algo parecido se dio cuando, tras usar un programa de búsqueda poco amigable, se les pidió a los voluntarios que optimizaran los parámetros de la pantalla. La conducta de los participantes también fue poco amigable, muy diferente a la del grupo que le tocó un programa de búsquedas muy amigable: éstos últimos completaron todas las tareas necesarias para mejorar la pantalla.

A partir de sus estudios, Naas propone una serie de sugerencias para los diseñadores de productos tecnológicos: que el teléfono celular cambie automáticamente la velocidad y cadencia de nuestra voz para tratar de adaptarse al ritmo de nuestro interlocutor al otro lado de la línea; que los sistemas tipo GPS incorporen elementos del lenguaje natural, tal como decir “de vuelta a la izquierda después del supermercado”, en vez de “gire a la izquierda en 30 metros”.

No sólo pasamos cada vez más tiempo frente a una computadora, sino que comenzamos a asignarles conductas humanas. A pesar de la tendencia hacia la superpoblación, ¿vamos camino a un futuro cercano con mayor interacción humano-máquina respecto a la interacción entre seres humanos?

Como todo buen escritor de ciencia ficción, Isaac Asimov en su libro “El sol desnudo” pronostica un mundo donde no hay contactos entre los seres humanos, quienes sólo interactúan con máquinas y con robots.

sábado, 4 de septiembre de 2010

BUCKYBALL




Quien acostumbre realizar sus búsquedas vía Google, encontrará hoy que la segunda “o” del logo de la empresa está reemplazada por un esquema interactivo que es una mezcla de pelota de fútbol con molécula química.


No se equivoca porque es ambas cosas a la vez: se trata de la “buckyball” o del buckminsterfullereno C60. Es una molécula que tiene una forma muy particular y está compuesta exclusivamente por 60 átomos de carbono. Esta molécula fue descubierta hace exactamente 25 años atrás por investigadores científicos de la Universidad Rice en Texas, Estados Unidos. La Academia Sueca otorgó a los descubridores de la molécula el Premio Nobel de Química de 1996.


Todos conocemos dos formas estables (alotrópicas) del carbono: diamante y grafito. Los fullerenos son la tercera forma estable del carbono y tienen formas esféricas, elipsoidales o cilíndricas.


Existe una gran variedad de fullerenos esféricos, que tienen variaciones en sus estructuras. El buckminsterfullereno o C60 fue el primero en ser descubierto y es el más conocido por su forma de domo geodésico. Es la molécula de fullereno más pequeña en la cual se verifica que dos pentágonos nunca comparten una arista en común, lo que da como resultado una resistencia extraordinaria a la tensión.


Los fullerenos no son sólo apreciados por su estética, sino también por sus aplicaciones en productos electrónicos, nanotecnológicos y en otras ramas de la ciencia y la tecnología.


En un post publicado el 12 de diciembre de 2007 escribí lo siguiente en relación a la buckyball: La revolución en el diseño de los balones se dio en el Mundial de México 1970 y fue impulsado por la televisación de los partidos en vivo y en directo. El modelo “Telstar” desarrollado por la empresa Adidas fue la primera de las “Bucky balls”.


El ingeniero norteamericano Richard Buckminster Fuller confiaba poderosamente en las habilidades creativas del ser humano y en la perspectiva de un futuro mejor a partir de los nuevos desarrollos tecnológicos y de una “ciencia del diseño” que fuera solucionando uno tras otro los diferentes problemas que afectaban a la humanidad.


La muerte de su pequeña hija de 4 años, debido a problemas en la vivienda que habitaban, lo impulsó a dedicarse al diseño y construcción de edificios. Investigó arduamente sobre estructuras, nuevos materiales y diferentes técnicas de construcción buscando soluciones que involucraran el mínimo consumo de materiales y energía. Se interesó particularmente en el diseño de objetos que se armaban a partir de varias partes pequeñas e idénticas.

En 1949, Buckminster Fuller construye el domo geodésico: un novedoso edificio de diseño futurístico constituido por una red altamente compleja de triángulos idénticos que forman una superficie prácticamente esférica. La similitud entre los triángulos simplifica enormemente la construcción del domo y le otorga a la estructura una resistencia superior comparado con edificios construidos con la misma cantidad de materiales. Consideremos la cáscara de un huevo: es un material débil y quebradizo, pero cuando adopta la forma ovoide su resistencia a la tensión crece enormemente.


Los diseñadores de Adidas se inspiraron en el domo geodésico de Buckminster Fuller para crear la pelota utilizada en el Mundial de México de 1970, denominada “Telstar” por el satélite que permitió la transmisión de los partidos. La pelota, rebautizada “Buckminster Ball” o “Bucky ball”, consistía en 20 superficies hexagonales (objetos con 6 lados) y 12 superficies pentagonales (objetos con 5 lados) cosidos juntos para conformar una superficie casi esférica. Desde el punto de vista geométrico, es un icosahedro truncado –un polígono con 60 vértices y 32 caras–, 12 de esas caras eran pentágonos negros y 20 eran hexágonos blancos que permitían su visualización en los televisores blanco y negro que eran mayoría para la época”.