viernes, 5 de marzo de 2010

TÓCALA DE VUELTA SAM



Todas las culturas humanas, tanto las actuales como las anteriores, han creado e interpretado música. Por qué lo hicieron, por qué la música nos motiva tanto y cómo interpretamos a los sonidos musicales son preguntas que a la fecha no han tenido una respuesta definitiva.

Una primera aproximación a esas respuestas la podemos encontrar en un libro recientemente publicado: The Music Instint, escrito por el inglés
Philip Ball. El autor tiene el grado académico de químico, un Doctorado en Física en la Universidad de Londres, es consultor de la revista científica Nature y fundamentalmente, un brillante escritor de libros de divulgación de la ciencia. También es un músico amateur.

En The Music Instint, el autor explora como las últimas investigaciones en los campos de la psicología musical y en las ciencias del cerebro están permitiendo la formulación de hipótesis para tratar de explicar como nuestra mente asimila y responde a los sonidos musicales. Combina tonos, escalas, sonidos, canciones populares con opiniones de científicos, filósofos, musicólogos y naturalmente músicos mientras va explicando diferentes teorías respecto al porque la humanidad necesita a la música. Explica que la “música clásica” no goza del respaldo de la mayoría de la humanidad porque obliga a nuestros cerebros a trabajar muy duramente para seguir la complejidad de sus tonos y acordes, lo cual la hace “menos disfrutable”. Derriba algunos mitos asociados con la música tales como hacer escuchar música clásica a los bebes para que en el futuro sean “niños prodigio”.

Uno de los argumentos cruciales del libro: los compositores y los músicos no crean música; la creación ocurre en el cerebro del oyente en un proceso altamente complejo que implica la transformación de un conjunto de vibraciones en el aire en “algo” que nos hace reír, temblar o llorar. Inevitablemente, la música sólo existe porque nuestro cerebro está activo escuchando.

La música nos ha acompañado desde el principio de “nuestros tiempos”; al igual que el lenguaje, la compartimos con el resto de los seres humanos pero no con los animales.
Steven Pinker afirma que la música evolucionó como un subproducto del lenguaje y que actualmente la utilizamos solamente para gratificación.

Este comportamiento distintivamente humano debe tener una explicación evolutiva que lo justifique: las respuestas pueden llegar desde la
teoría de Darwin de la selección natural o desde la psicología evolutiva. Respecto a la primera, es indudable que no amamos la música porque ejercite nuestro cerebro o porque nos hace más atractivo para el sexo opuesto (aunque muchos músicos de rock afirman lo contrario).


Como explicación más plausible, Ball sugiere que amamos la música porque hemos convivido con ella desde que nacimos. La musicalidad en los adultos es una extensión de la estimulación cognitiva que comienza con los sonidos que las madres (históricamente) y los padres (en número creciente en los últimos tiempos) hacen para estimular, para calmar y para confortar a sus bebes. La música convive con nosotros desde nuestros primeros días y se entremezcla en nuestra conciencia individual y colectiva, al punto tal que no podemos ser nosotros mismos con su ausencia.

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