Pregunta: ¿qué tienen en común Rudyard Kipling, Charles Dickens, Mark Twain, Sigmund Freud, la oveja Dolly, la ley de Boyle-Mariotte, Juan Pablo II, las leyes impositivas de Zimbabwe, el idish, la Defenestración de Praga y las escrituras de los mayas?. Respuesta: conforman el núcleo a partir del cual el más brillante divulgador de temas científicos nos asombra con su erudición y su capacidad para exponer teorías y conocimientos científicos. Su nombre: Stephen Jay Gould.
Gould (1941-2002) fue un brillante científico, tal vez uno de los últimos “renacentistas”, cuya obra abarcó diferentes áreas del conocimiento: Teoría de la Evolución, Historia y Filosofía de la Ciencia, Historia Natural, Geología, Paleontología y algunas incursiones en Ciencias Sociales.
Su producción científico-literaria incluye 22 libros, 101 revisiones de libros, 479 “papers” científicos y 300 ensayos publicados en su columna “This view of life” en la revista Natural History.
No hay dudas que su principal aporte científico está en el campo de la Teoría de la Evolución. La citada teoría intenta explicar los cambios operados en las especies en el transcurso del tiempo y la aparición de nuevos organismos. Hasta mediados del siglo XIX predominaba un concepto fijista, que pregonaba que los organismos eran inmutables y permanecían tal cual eran desde su creación.
La obra de Charles Darwin fue el primer intento, exitoso aunque incompleto, de explicar el origen de las especies con su hipótesis de la evolución por selección natural. En la misma explicaba que la naturaleza no es estática sino cambiante y que continuamente aparecen especies, que en el caso de presentar características adecuadas para las condiciones ambientales de ese momento tendrán mayores chances de sobrevivir y dejar descendencia
Las ideas de Darwin se enriquecieron notablemente con los aportes de la genética, la paleontología y la biología de poblaciones, lo cual llevó a que a mediados del siglo XX la teoría se conformara como Teoría Sintética de la Evolución o Neodarwinismo. Esta última postula que los cambios evolutivos son muy lentos y se verifican por la acumulación gradual de pequeñas variaciones, por lo cual se la conoce como gradualismo. Uno de los flancos débiles de esta teoría lo constituye el registro fósil: ¿por qué no aparecen todas las formas intermedias entre las distintas especies, los mal llamados eslabones perdidos?.
Stephen Jay Gould y el paleontólogo Niles Eldregde respondieron que las formas intermedias no aparecen porque, simplemente, muchas de ellas no existen. En 1972 postularon la Teoría del Equilibrio Puntuado o Saltacionismo: en el tiempo evolutivo, que se mide en millones de años, existen períodos de relativa calma y otros en los cuales, bruscamente y por azar, se producen grandes cambios y aparecen nuevas especies. Esta nueva hipótesis sirvió de base para numerosas discusiones académicas, enriqueciendo nuestra comprensión acerca del origen y evolución de los organismos en nuestro planeta.
Las declaraciones científicas de Gould: “los cambios en los organismos se deben exclusivamente al azar y a las presiones de selección ejercidas a lo largo del tiempo evolutivo y sin fines o metas pre-establecidas”, iban acompañadas de una profunda convicción igualitaria y una sensación de asombro ante la maravilla de la vida en el planeta.
En un ensayo titulado “Unidad Inusual” explicaba que las evidencias fósiles indican que durante cientos de miles de años convivieron distintas especies antropoides, de las cuales sólo una, el Homo sapiens, nosotros, vive en la actualidad. Y que a pesar de las diferencias aparentes, todos los hombres compartimos esa unicidad. Concluía el ensayo preguntándose si durante la mayor parte de nuestra historia evolutiva compartimos la Tierra con otras especies de antropoides y ahora somos únicos con una diversidad cultural fascinante: “… por qué no aprovechar esta ventaja?. Por qué nuestra unicidad biológica se ha traducido más en fracasos que en éxitos?. Podemos hacerlo, realmente podemos. Por qué no tratamos de probar la hermandad de la especie humana?”.
Stephen Jay Gould enseñaba biología, geología e historia de la ciencia en la Universidad de Harvard. Había ganado numerosos premios y distinciones y era miembro de la Academia de Ciencias de los Estados Unidos; también había aparecido en un capítulo de Los Simpsons. Recordaba con una mezcla de orgullo y nostalgia que su carrera había comenzado cuando, de la mano de su padre, había ido a ver un fósil del dinosaurio Tyranosuarus rex en el Museo Americano de Historia Natural de Nueva York. En ese momento, tenía cinco años de edad.
Gould (1941-2002) fue un brillante científico, tal vez uno de los últimos “renacentistas”, cuya obra abarcó diferentes áreas del conocimiento: Teoría de la Evolución, Historia y Filosofía de la Ciencia, Historia Natural, Geología, Paleontología y algunas incursiones en Ciencias Sociales.
Su producción científico-literaria incluye 22 libros, 101 revisiones de libros, 479 “papers” científicos y 300 ensayos publicados en su columna “This view of life” en la revista Natural History.
No hay dudas que su principal aporte científico está en el campo de la Teoría de la Evolución. La citada teoría intenta explicar los cambios operados en las especies en el transcurso del tiempo y la aparición de nuevos organismos. Hasta mediados del siglo XIX predominaba un concepto fijista, que pregonaba que los organismos eran inmutables y permanecían tal cual eran desde su creación.
La obra de Charles Darwin fue el primer intento, exitoso aunque incompleto, de explicar el origen de las especies con su hipótesis de la evolución por selección natural. En la misma explicaba que la naturaleza no es estática sino cambiante y que continuamente aparecen especies, que en el caso de presentar características adecuadas para las condiciones ambientales de ese momento tendrán mayores chances de sobrevivir y dejar descendencia
Las ideas de Darwin se enriquecieron notablemente con los aportes de la genética, la paleontología y la biología de poblaciones, lo cual llevó a que a mediados del siglo XX la teoría se conformara como Teoría Sintética de la Evolución o Neodarwinismo. Esta última postula que los cambios evolutivos son muy lentos y se verifican por la acumulación gradual de pequeñas variaciones, por lo cual se la conoce como gradualismo. Uno de los flancos débiles de esta teoría lo constituye el registro fósil: ¿por qué no aparecen todas las formas intermedias entre las distintas especies, los mal llamados eslabones perdidos?.
Stephen Jay Gould y el paleontólogo Niles Eldregde respondieron que las formas intermedias no aparecen porque, simplemente, muchas de ellas no existen. En 1972 postularon la Teoría del Equilibrio Puntuado o Saltacionismo: en el tiempo evolutivo, que se mide en millones de años, existen períodos de relativa calma y otros en los cuales, bruscamente y por azar, se producen grandes cambios y aparecen nuevas especies. Esta nueva hipótesis sirvió de base para numerosas discusiones académicas, enriqueciendo nuestra comprensión acerca del origen y evolución de los organismos en nuestro planeta.
Las declaraciones científicas de Gould: “los cambios en los organismos se deben exclusivamente al azar y a las presiones de selección ejercidas a lo largo del tiempo evolutivo y sin fines o metas pre-establecidas”, iban acompañadas de una profunda convicción igualitaria y una sensación de asombro ante la maravilla de la vida en el planeta.
En un ensayo titulado “Unidad Inusual” explicaba que las evidencias fósiles indican que durante cientos de miles de años convivieron distintas especies antropoides, de las cuales sólo una, el Homo sapiens, nosotros, vive en la actualidad. Y que a pesar de las diferencias aparentes, todos los hombres compartimos esa unicidad. Concluía el ensayo preguntándose si durante la mayor parte de nuestra historia evolutiva compartimos la Tierra con otras especies de antropoides y ahora somos únicos con una diversidad cultural fascinante: “… por qué no aprovechar esta ventaja?. Por qué nuestra unicidad biológica se ha traducido más en fracasos que en éxitos?. Podemos hacerlo, realmente podemos. Por qué no tratamos de probar la hermandad de la especie humana?”.
Stephen Jay Gould enseñaba biología, geología e historia de la ciencia en la Universidad de Harvard. Había ganado numerosos premios y distinciones y era miembro de la Academia de Ciencias de los Estados Unidos; también había aparecido en un capítulo de Los Simpsons. Recordaba con una mezcla de orgullo y nostalgia que su carrera había comenzado cuando, de la mano de su padre, había ido a ver un fósil del dinosaurio Tyranosuarus rex en el Museo Americano de Historia Natural de Nueva York. En ese momento, tenía cinco años de edad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario