Durante el año 2007, la sociedad norteamericana gastó la impresionante cifra de 20 mil millones de dólares en temas relacionados con el sueño. La National Sleep Foundation, ONG financiada por la industria farmacéutica, publicó un estudio donde se afirma que menos de la mitad de los norteamericanos reconocen haber dormido bien la mayoría de las noches en los últimos años.
Primero fue la industria alimenticia quien pudo establecer que una buena alimentación significa no sólo una mejor calidad de vida, sino también una vida más prolongada. A continuación, la industria del ejercicio físico logró fundamentar las ventajas terapéuticas del aerobismo y otras actividades físicas. Ahora es el turno de la industria del sueño: duerme más y vivirás más y mejor.
En nuestra cultura, calidad de sueño implica ir a un cuarto oscuro, acostarse, dormir 8 horas para luego levantarse y desayunar. Por el contrario, una mala noche puede implicar dificultad en conciliar el sueño, dar vueltas y vueltas en la cama, levantarse varias veces durante la noche y/o esperar desesperadamente la salida del sol. En resumen, una guerra unipersonal que pretendemos infructuosamente olvidar durante el día.
Nuestros estándares de calidad de sueño son relativamente modernos; hay registros que van desde la época helénica hasta el siglo XVIII que muestran que la sociedad occidental acostumbraba a dormir en dos turnos: se acostaban a una cierta hora y en el medio de la noche se despertaban por aproximadamente una hora, para luego iniciar una segunda etapa de sueño. En el intermedio, realizaban tareas del hogar, cuidaban a los animales, fumaban una pipa o simplemente conversaban con sus compañeros de habitación.
No se trataba de una cuestión cultural: en las noches había que alimentar el fuego para reducir el frío ambiental; había que alimentar a los animales y alejar sus excrementos; también los residuos humanos enturbiaban el ambiente. La mayoría de las personas dormía en una habitación común, a veces sobre un único colchón y compartiendo unas pocas mantas. Sólo algunas sociedades africanas mantienen la idea de pasar la noche “en sociedad” alternando etapas de sueño y de vigilia.
Las sociedades industrializadas requieren, muy a menudo, el estar lo suficientemente descansado para una larga jornada laboral. Paradójicamente, ello genera una ansiedad que es una de las principales causas del insomnio. Para combatirlo, la industria del sueño ataca en cuatro frentes: píldoras, colchones, terapias y clínicas de sueño.
Los médicos norteamericanos prescribieron, durante el año 2006, aproximadamente 49 millones de recetas que incluían algún tipo de fármaco para combatir el insomnio. La industria farmacéutica sacó al mercado una nueva generación de píldoras denominadas “Drogas Z”, cuya relativa baja eficacia en eliminar el insomnio se contrarresta con una ligera amnesia que se produce durante su efecto. Los profesionales involucrados afirman que el éxito de la droga radica en la eliminación de los malos recuerdos que se producen durante una noche de insomnio. La píldora no sólo induce químicamente el sueño, sino que además borra todos los registros de una “noche en vela”, de modo tal que la persona tiene la sensación de haber transcurrido la noche sin molestias, porque no mantiene recuerdos de las interrupciones que tuvo su sueño.
Lejos quedaron aquellos tiempos cuando comprar un colchón era una tarea sencilla. Si se dispone del dinero suficiente, ahora hay que evaluar las ventajas y desventajas de las decenas de modelos que los diversos fabricantes exhiben en los comercios especializados en el tema. Hay modelos con resortes o sin resortes, con capas de aire o espuma entre capas de resortes; modelos con espumas visco-elásticas que “recuerdan” la posición más utilizada durante el sueño; modelos que eliminan el calor que el cuerpo humano desprende cuando baja la temperatura corporal durante el sueño; modelos que pueden inflarse por mitades en distintos niveles para tener en cuenta los diferentes pesos y preferencias de cada ocupante del colchón. La industria contrata ingenieros y científicos, algunos con experiencia en la industria aeroespacial, para innovar constantemente y así sacar al mercado productos cada vez más caros y sofisticados. Si el dinero no es su problema, a la fecha el colchón más costoso se ofrece en 60 mil dólares.
La terapia más exitosa, en el sentido de reducir o eliminar el uso de píldoras somníferas, se denomina C.B.T. (Cognitive Behavioral Therapy, terapia cognitiva - conductual). Trata de eliminar el sentido de urgencia relacionado con el dormir 8 horas seguidas, busca reducir la presión asociada a un mal desempeño diario si no se cumple con la pauta estandarizada de sueño. La terapia crea una satisfacción subjetiva independiente de la cantidad real de horas dormidas. En este sentido, es muy similar al efecto amnésico de la droga Z.
Si todo lo anterior falla, aún restan las clínicas de sueño; las más sofisticadas incluyen hierbas somníferas, terapias de luz, auriculares que anulan el ruido, relojes alarma Zen, talismanes mágicos y otros adminículos según el bolsillo o la ingenuidad del paciente.
Dormir es una función humana vital y debemos recurrir a una estricta “higiene del sueño” para que nuestro organismo responda a nuestras necesidades laborales y vivenciales. Mientras nuestro estilo de vida no permita que podamos estar dormidos o despiertos en cualquier momento y en cualquier lugar, deberemos continuar con nuestro modelo de acostarnos en un lugar oscuro y “morir” durante unas horas. Si ello no es factible, utilicemos algunos de los recursos tecnológicos o terapéuticos que tenemos a mano.
Primero fue la industria alimenticia quien pudo establecer que una buena alimentación significa no sólo una mejor calidad de vida, sino también una vida más prolongada. A continuación, la industria del ejercicio físico logró fundamentar las ventajas terapéuticas del aerobismo y otras actividades físicas. Ahora es el turno de la industria del sueño: duerme más y vivirás más y mejor.
En nuestra cultura, calidad de sueño implica ir a un cuarto oscuro, acostarse, dormir 8 horas para luego levantarse y desayunar. Por el contrario, una mala noche puede implicar dificultad en conciliar el sueño, dar vueltas y vueltas en la cama, levantarse varias veces durante la noche y/o esperar desesperadamente la salida del sol. En resumen, una guerra unipersonal que pretendemos infructuosamente olvidar durante el día.
Nuestros estándares de calidad de sueño son relativamente modernos; hay registros que van desde la época helénica hasta el siglo XVIII que muestran que la sociedad occidental acostumbraba a dormir en dos turnos: se acostaban a una cierta hora y en el medio de la noche se despertaban por aproximadamente una hora, para luego iniciar una segunda etapa de sueño. En el intermedio, realizaban tareas del hogar, cuidaban a los animales, fumaban una pipa o simplemente conversaban con sus compañeros de habitación.
No se trataba de una cuestión cultural: en las noches había que alimentar el fuego para reducir el frío ambiental; había que alimentar a los animales y alejar sus excrementos; también los residuos humanos enturbiaban el ambiente. La mayoría de las personas dormía en una habitación común, a veces sobre un único colchón y compartiendo unas pocas mantas. Sólo algunas sociedades africanas mantienen la idea de pasar la noche “en sociedad” alternando etapas de sueño y de vigilia.
Las sociedades industrializadas requieren, muy a menudo, el estar lo suficientemente descansado para una larga jornada laboral. Paradójicamente, ello genera una ansiedad que es una de las principales causas del insomnio. Para combatirlo, la industria del sueño ataca en cuatro frentes: píldoras, colchones, terapias y clínicas de sueño.
Los médicos norteamericanos prescribieron, durante el año 2006, aproximadamente 49 millones de recetas que incluían algún tipo de fármaco para combatir el insomnio. La industria farmacéutica sacó al mercado una nueva generación de píldoras denominadas “Drogas Z”, cuya relativa baja eficacia en eliminar el insomnio se contrarresta con una ligera amnesia que se produce durante su efecto. Los profesionales involucrados afirman que el éxito de la droga radica en la eliminación de los malos recuerdos que se producen durante una noche de insomnio. La píldora no sólo induce químicamente el sueño, sino que además borra todos los registros de una “noche en vela”, de modo tal que la persona tiene la sensación de haber transcurrido la noche sin molestias, porque no mantiene recuerdos de las interrupciones que tuvo su sueño.
Lejos quedaron aquellos tiempos cuando comprar un colchón era una tarea sencilla. Si se dispone del dinero suficiente, ahora hay que evaluar las ventajas y desventajas de las decenas de modelos que los diversos fabricantes exhiben en los comercios especializados en el tema. Hay modelos con resortes o sin resortes, con capas de aire o espuma entre capas de resortes; modelos con espumas visco-elásticas que “recuerdan” la posición más utilizada durante el sueño; modelos que eliminan el calor que el cuerpo humano desprende cuando baja la temperatura corporal durante el sueño; modelos que pueden inflarse por mitades en distintos niveles para tener en cuenta los diferentes pesos y preferencias de cada ocupante del colchón. La industria contrata ingenieros y científicos, algunos con experiencia en la industria aeroespacial, para innovar constantemente y así sacar al mercado productos cada vez más caros y sofisticados. Si el dinero no es su problema, a la fecha el colchón más costoso se ofrece en 60 mil dólares.
La terapia más exitosa, en el sentido de reducir o eliminar el uso de píldoras somníferas, se denomina C.B.T. (Cognitive Behavioral Therapy, terapia cognitiva - conductual). Trata de eliminar el sentido de urgencia relacionado con el dormir 8 horas seguidas, busca reducir la presión asociada a un mal desempeño diario si no se cumple con la pauta estandarizada de sueño. La terapia crea una satisfacción subjetiva independiente de la cantidad real de horas dormidas. En este sentido, es muy similar al efecto amnésico de la droga Z.
Si todo lo anterior falla, aún restan las clínicas de sueño; las más sofisticadas incluyen hierbas somníferas, terapias de luz, auriculares que anulan el ruido, relojes alarma Zen, talismanes mágicos y otros adminículos según el bolsillo o la ingenuidad del paciente.
Dormir es una función humana vital y debemos recurrir a una estricta “higiene del sueño” para que nuestro organismo responda a nuestras necesidades laborales y vivenciales. Mientras nuestro estilo de vida no permita que podamos estar dormidos o despiertos en cualquier momento y en cualquier lugar, deberemos continuar con nuestro modelo de acostarnos en un lugar oscuro y “morir” durante unas horas. Si ello no es factible, utilicemos algunos de los recursos tecnológicos o terapéuticos que tenemos a mano.
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