La energía solar que llega a la Tierra se invierte, durante el día, en calentar al planeta; sólo un escaso 0.3% se utiliza en el proceso de fotosíntesis vegetal. La Tierra se enfría durante la noche emitiendo radiación térmica al espacio que la envuelve. A lo largo de millones de años, este proceso sufrió escasas perturbaciones y el planeta mantuvo una temperatura media aproximadamente constante, con ligeras oscilaciones debidas a variaciones en la inclinación del eje solar.
A partir de la Revolución Industrial, el aumento en la concentración en la atmósfera de dióxido de carbono (CO2) y de otros gases contaminantes provenientes, fundamentalmente, de procesos industriales comenzaron a crear una pantalla para la radiación térmica, dando como resultado un lento pero inexorable aumento de la temperatura media terrestre. El Efecto Invernadero rompe el delicado equilibrio entre la energía que recibimos del sol y la que devolvemos al espacio que nos rodea. Numerosos científicos concuerdan que tal efecto es el principal responsable del aumento en el número de catástrofes naturales que están asolando nuestro habitat.
El dióxido de carbono es indudablemente el “malo de la película”. Para alertar sobre el efecto invernadero basta con mostrar las nubes oscuras que emergen de las chimeneas de las fábricas o de los gases de escape de autos embotellados en las megaciudades que siguen creciendo en el siglo XXI. Pero el CO2 no es el único malvado y en algunos aspectos no es el peor de todos.
La Agencia de Protección Ambiental (EPA, Environmental Protection Agency) de los Estados Unidos utiliza un parámetro denominado Potencial de Calentamiento Global (GWP, Global Warming Potencial) para cuantificar el daño que producen los gases de efecto invernadero. El GWP mide la cantidad de calor que es atrapado por una molécula de un determinado gas dividido por la cantidad de calor que atrapa una molécula de CO2.
El gas metano tiene un GWP de 21, lo que significa que es 21 veces más eficiente que el CO2 en retener calor e impedir que el mismo vuelva al espacio. Por lo tanto, si bien el CO2 representa el 85% del total de los gases contaminantes y el metano sólo el 8%, la mayor efectividad de éste último en prevenir el escape de la radiación infrarroja lo convierte en un problema a resolver con la misma celeridad que la relacionada con el CO2. Otro importante aspecto a tener en cuenta es la “vida útil” en la atmósfera de cada uno de los gases de efecto invernadero: aquí la ventaja es para el metano con 12 años de permanencia en la atmósfera, mientras que el dióxido de carbono puede permanecer entre 50 y 200 años.
¿Cuáles son las principales fuentes generadoras de metano?. Sólo un 60% se debe a la acción del hombre: descomposición de basura en rellenos sanitarios, producción de gas natural, minas de carbón; los excrementos del ganado son la mayor fuente no antropogénica de producción de metano. Todo parece indicar que parte del problema podría resolverse utilizando la descomposición de la basura para generar electricidad y modificando las “pautas alimenticias” del ganado para que sus excrementos sean más tolerados por nuestra atmósfera.
El tercero en la lista de “gases malvados” es el óxido nitroso; se trata del gas hilarante que usaron los dentistas como primeros analgésicos (ver en este blog el post titulado “Soñando con los angelitos”). Si bien representa sólo el 5.5% del volumen de gases de efecto invernadero generados en los Estados Unidos y sólo el 40% del mismo se debe a actitudes antropogénicas (su principal fuente la constituyen ciertos fertilizantes agrícolas), su GWP es de 310 y su vida en la atmósfera redondea los 120 años.
El “cuarteto de la muerte” se completa con el hexafluoruro de azufre (SF6); su GWP asusta: una molécula de SF6 tiene una capacidad de retener calor 23900 veces más que una molécula de CO2 y los 3200 años que dura en la atmósfera lo convierten, sin lugar a dudas, en el enemigo público № 1. Para detenerlo habrá que “convencer” a los fabricantes de obleas semiconductores o a quienes trabajan con magnesio fundido que ya es hora de buscar un sustituto que no perjudique a nuestro hermoso planeta azul.
A partir de la Revolución Industrial, el aumento en la concentración en la atmósfera de dióxido de carbono (CO2) y de otros gases contaminantes provenientes, fundamentalmente, de procesos industriales comenzaron a crear una pantalla para la radiación térmica, dando como resultado un lento pero inexorable aumento de la temperatura media terrestre. El Efecto Invernadero rompe el delicado equilibrio entre la energía que recibimos del sol y la que devolvemos al espacio que nos rodea. Numerosos científicos concuerdan que tal efecto es el principal responsable del aumento en el número de catástrofes naturales que están asolando nuestro habitat.
El dióxido de carbono es indudablemente el “malo de la película”. Para alertar sobre el efecto invernadero basta con mostrar las nubes oscuras que emergen de las chimeneas de las fábricas o de los gases de escape de autos embotellados en las megaciudades que siguen creciendo en el siglo XXI. Pero el CO2 no es el único malvado y en algunos aspectos no es el peor de todos.
La Agencia de Protección Ambiental (EPA, Environmental Protection Agency) de los Estados Unidos utiliza un parámetro denominado Potencial de Calentamiento Global (GWP, Global Warming Potencial) para cuantificar el daño que producen los gases de efecto invernadero. El GWP mide la cantidad de calor que es atrapado por una molécula de un determinado gas dividido por la cantidad de calor que atrapa una molécula de CO2.
El gas metano tiene un GWP de 21, lo que significa que es 21 veces más eficiente que el CO2 en retener calor e impedir que el mismo vuelva al espacio. Por lo tanto, si bien el CO2 representa el 85% del total de los gases contaminantes y el metano sólo el 8%, la mayor efectividad de éste último en prevenir el escape de la radiación infrarroja lo convierte en un problema a resolver con la misma celeridad que la relacionada con el CO2. Otro importante aspecto a tener en cuenta es la “vida útil” en la atmósfera de cada uno de los gases de efecto invernadero: aquí la ventaja es para el metano con 12 años de permanencia en la atmósfera, mientras que el dióxido de carbono puede permanecer entre 50 y 200 años.
¿Cuáles son las principales fuentes generadoras de metano?. Sólo un 60% se debe a la acción del hombre: descomposición de basura en rellenos sanitarios, producción de gas natural, minas de carbón; los excrementos del ganado son la mayor fuente no antropogénica de producción de metano. Todo parece indicar que parte del problema podría resolverse utilizando la descomposición de la basura para generar electricidad y modificando las “pautas alimenticias” del ganado para que sus excrementos sean más tolerados por nuestra atmósfera.
El tercero en la lista de “gases malvados” es el óxido nitroso; se trata del gas hilarante que usaron los dentistas como primeros analgésicos (ver en este blog el post titulado “Soñando con los angelitos”). Si bien representa sólo el 5.5% del volumen de gases de efecto invernadero generados en los Estados Unidos y sólo el 40% del mismo se debe a actitudes antropogénicas (su principal fuente la constituyen ciertos fertilizantes agrícolas), su GWP es de 310 y su vida en la atmósfera redondea los 120 años.
El “cuarteto de la muerte” se completa con el hexafluoruro de azufre (SF6); su GWP asusta: una molécula de SF6 tiene una capacidad de retener calor 23900 veces más que una molécula de CO2 y los 3200 años que dura en la atmósfera lo convierten, sin lugar a dudas, en el enemigo público № 1. Para detenerlo habrá que “convencer” a los fabricantes de obleas semiconductores o a quienes trabajan con magnesio fundido que ya es hora de buscar un sustituto que no perjudique a nuestro hermoso planeta azul.
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