El 6 de octubre de 1973, día de “Iom Kipur” (Día del Perdón para la comunidad judía), los ejércitos de Egipto y Siria, sin un comando unificado, atacan Israel. Es el inicio del cuarto conflicto entre árabes e israelíes que se mantiene hasta el 22 de octubre del mismo año, cuando el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas vota la resolución 338, propuesta por Estados Unidos y la Unión Soviética, de alto al fuego. La victoria militar es de los israelíes; varios líderes árabes (inducidos por las grandes empresas productoras de petróleo) deciden, en represalia, cuadruplicar el precio del petróleo produciendo un “shock” en las economías de los países desarrollados.
La economía mundial enfrentó una nueva gran crisis y los índices de crecimiento se redujeron a la mitad respecto de los que se registraban durante los primeros veinte años después de la Segunda Guerra Mundial. Se puso énfasis en el ahorro energético y en el desarrollo de fuentes alternativas de energía: licuefacción del carbón, energía solar, eólica, mareomotriz, conversión de residuos orgánicos, etc. Más de treinta años después, el petróleo continúa siendo el combustible más utilizado y cualquier aumento en el precio del barril provoca zozobras en los mercados internacionales y son muchos los que opinan que fue el motivo principal de la invasión que derrocó a Saddam Hussein.
Los países desarrollados tienen tres serios problemas técnicos a resolver: la eliminación no contaminante de los residuos, la obtención de recursos energéticos renovables y el “fantasma” del calentamiento global que se traduce en un número creciente de desastres naturales. Una nueva tecnología prometió combatir a los tres: el proceso de despolimerización térmica utiliza como materia prima prácticamente cualquier residuo agropecuario, industrial y/o urbano obteniendo valiosos productos finales, incluyendo algunos barriles de petróleo.
Paul Baskis, microbiólogo e inventor, comenzó a finales de la década del 80 a analizar los motivos por los cuales no era económicamente factible la conversión de residuos orgánicos en algún tipo de combustible apto para la generación de electricidad. Encontró que las tecnologías propuestas requerían una mayor cantidad de energía para eliminar el agua, presente en el residuo orgánico, que el contenido energético del producto final. A mediados de la década del 90 consideró que el problema estaba resuelto y comenzó la búsqueda de “sponsors” para transformar sus ideas en proyectos concretos.
Liderados por Brian Appel, un conjunto de científicos, inversores y ex– funcionarios crearon Changing World Technologies, una empresa cuyo objetivo fue ensayar, primero en laboratorio y luego en una planta piloto, las ideas de Baskis. Tras confirmar la factibilidad del proyecto, decidieron construir la primera planta a escala comercial para convertir los residuos de una industria procesadora de pavos en fertilizantes (a base de calcio y magnesio, obtenidos principalmente de los huesos del animal), gas combustible, petróleo liviano, petróleo pesado, agua y carbón en polvo. La materia prima consiste, únicamente, en todo aquello que la fábrica no puede procesar y que debía ser enterrado en condiciones muy rigurosas, sin la posibilidad de usarlo como alimento de otros animales debido al riesgo de que los mismos contraigan el mal de la “vaca loca”.
El optimismo reinaba en el planeta de la World Changing Technologies: durante los primeros ensayos ingresaron un amplio conjunto de residuos contaminantes del medio ambiente —incluyendo desechos de la industria frigorífica, neumáticos, botellas de plástico, efluentes de la industria papelera, residuos de las refinerías de petróleo, basura recolectada por los municipios, residuos orgánicos de los hospitales y sanatorios y varios sólidos orgánicos (incluyendo excrementos humanos)— y al final del proceso se obtenía petróleo de alta calidad, gas combustible limpio y minerales purificados. Appel se entusiasmaba y exclamaba: “este proceso cambia completamente la ecuación industrial; los residuos pasan de ser un costo y se transforman en una ganancia adicional”. Las revistas Fortune y Discover publicaron amplias notas saludando el advenimiento del nuevo recurso energético.
El proceso de despolimerización térmica consta de dos etapas. Primero se muele la materia prima y se la “super-hidrata” para conducirla a un tanque donde se la “cocina” durante 15 minutos a 260 ºC y 40 atmósferas de presión. En este tanque se produce una despolimerización parcial (ruptura de cadenas carbonadas largas en moléculas de menor longitud). La segunda etapa consiste en una rápida despresurización que contribuye a eliminar el 90% del agua contenida en la sopa orgánica y permite además la precipitación de los minerales que serán vendidos como fertilizantes. El remanente es conducido a un segundo reactor donde se lo somete a temperaturas cercanas a los 500 ºC para continuar la ruptura de las cadenas moleculares largas.
Por último se pasa a una serie de columnas de destilación donde, según procedimientos ampliamente utilizados en la industria química, se obtienen gases combustibles, petróleo liviano, petróleo pesado, agua y carbón en polvo. Las condiciones del proceso varían según las diferentes materias primas; así también lo hacen los diferentes productos finales: se han obtenido ácidos grasos, ácido clorhídrico y diferentes proporciones en la relación entre los minerales y los combustibles. Como el proceso trabaja a nivel molecular, se destruyen los agentes patógenos y el agua puede reciclarse hacia las napas freáticas sin que se corra el riesgo de contaminarlas.
El gobierno de los Estados Unidos, consciente de su dependencia del petróleo del Medio Oriente, comenzó a colaborar activamente en el desarrollo de la tecnología. Los inversores de la World Changing Technologies pronosticaron que la instalación de cientos de plantas de despolimerización térmica a lo largo y ancho del país daría como resultado no sólo la eliminación de los residuos tóxicos que contaminan el medio ambiente, sino que en el largo plazo permitirían reemplazar los 4.000 millones de barriles de petróleo que los Estados Unidos importan anualmente para sostener su “american way of life”. El costo estimado del barril, obtenido a partir de la nueva tecnología, oscilaría entre los 10 y 15 dólares.
Se sabe que el gas y el petróleo se originaron a partir de plantas y animales muertos depositados en lechos oceánicos y sometidos a condiciones de alta presión y temperatura. Los científicos involucrados en la nueva tecnología consideraban que el fundamento del proceso de despolimerización térmica es el mismo, con la “sutil” diferencia de que a la Tierra le demoró millones de años producir lo que en la planta piloto se conseguía en un par de horas. Pronosticaron que el planeta sería más limpio, el petróleo dejaría de ser utilizado como herramienta de chantaje político y millones de seres humanos podrían incrementar sus recursos energéticos para satisfacer sus necesidades básicas.
Todo parecía “ir sobre rieles” hasta que aparecieron severas objeciones técnicas. El Dr. Paul Palmer, químico egresado de la Universidad de Yale y fundador de la empresa Zero Waste Systems –especializada en reciclar productos químicos- criticó con extrema severidad a los editores de la revista Discover por no cuestionar ciertas premisas básicas:
1.- Se toma una montaña de tripas de pavo, compuesta de proteínas, agua, grasa, sacáridos, huesos y demás y se la vaporiza y despresuriza; el 90% de la masa involucrada atraviesa el proceso con mínimas modificaciones y cualquier ruptura química sólo generará un mínimo de sustancias combustibles.
2.- El valor energético de los productos finales será menor a la energía requerida para obtenerlos.
3.- Ningún especialista serio en el tema petróleo considera que él mismo se origina mediante un proceso de despolimerización térmica, menos aún que un proceso tan complejo pueda reproducirse tan rápidamente en una planta piloto.
Las objeciones continúan y la prueba más evidente del fracaso es que a la fecha sólo hay una planta funcionando (a partir de desechos de pavos, en el estado de Missouri) con una producción de 15 mil barriles de combustible al mes.
Sería una anécdota más en la historia de la tecnología, excepto que en la misma subyace algo más profundo: la mayoría de los seres humanos cree que una sociedad tecnológicamente tan compleja puede continuar “destripando” al planeta de sus recursos naturales, porque luego “algo” usará los residuos para regenerar las condiciones que permitan la vida normal de las futuras generaciones. El planeta Tierra sería como esas lámparas, en cuyo interior moraba un genio y simplemente frotándolas podemos disfrutar de una vida placentera sin tener que dar nada a cambio.
1 comentario:
Estados Unidos gasta diariamente millones de dolares en temas militares en irak y deberia implementar una planta similar y alimentarla con todo tipo de desechos (menos desechos nucleares) y verificar si el proyecto funciona, todo esto verificado por los medios de comunicacion.
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