El movimiento feminista provocó una de las revoluciones más trascendentes en la historia de la humanidad. Previo al mismo, las mujeres tuvieron severas limitaciones para insertarse en las diversas actividades humanas y particularmente en las actividades científicas. Las primeras teorías referidas a la evolución del “hombre” prehistórico atribuían las capacidades compartidas de lenguaje, inteligencia y otras propiedades valiosas de la mente humana como surgidas debido a las actividades de los varones prehistóricos. Tales teorías indicaban que el lenguaje surge debido a la coordinación necesaria para cazar animales grandes, tarea sólo masculina según los dibujos de los artistas que reflejaban la prehistoria. También postulaban que la conciencia emerge a partir de la compleja actividad mental requerida para cazar acechando furtiva y solitariamente a las presas (tarea también masculina). Esta visión “machista” impregnó poderosamente a los círculos científicos y es así que recién en 1904 la Sociedad Geológica de Londres admite a una mujer como miembro de la misma, mientras que la Sociedad Linneana (estudios botánicos) lo hizo en 1911.
Botánica y Zoología fueron inicialmente las disciplinas donde pudieron insertarse mejor, aunque sus tareas consistían básicamente en la observación y recolección de muestras y especímenes, las que eran luego entregadas a hombres quienes se encargaban de la descripción y fundamentalmente de la publicación de los resultados. Sólo una mujer contribuyó con un “paper” (publicación científica) a los Anales de la Sociedad Botánica de Londres, sociedad científica que existió entre los años 1836 al 1856. Como era de esperar, no se le permitió la lectura del trabajo, sino que debió cedérselo a un científico quien, gentilmente, consintió en leerlo para el auditorio. La Sociedad Botánica de Londres era una de las más liberales de la época, integrada principalmente por aquellos que no podían acceder a las sociedades científicas prestigiosas, básicamente por restricciones sociales. Pese a su aparente liberalidad, la Sociedad Botánica no permitía que las mujeres integraran su comisión directiva y si bien podían votar, sólo lo realizaban a través de un apoderado (varón integrante de la Sociedad).
Las Matemáticas también fueron consideradas inadecuadas para el “sexo débil”. Sobresaliente por su tenacidad y victoria final es la historia de Sonya Kovalesky (1850 – 1891). Su familia, perteneciente a la clase alta rusa, la educó con los mejores tutores de la época. Su interés por la Matemáticas se origina en un tío que le enseña a jugar ajedrez y le cuenta historias que incluyen al infinito y la cuadratura del círculo. Cuando a los 11 años le están renovando el empapelado del dormitorio y descubren que los papeles no llegan a tiempo deciden recubrir las paredes con hojas litografiadas de conferencias sobre cálculo diferencial e integral. Sonya pasa largas horas fascinada por los símbolos y decide, secretamente, aprender álgebra y geometría. Cuando a los 15 años tomó sus primeras clases sobre el tema, asombró a sus maestros por el dominio de la simbología y la rápida asimilación de los conceptos. No pudo ingresar a la Universidad en su Rusia natal porque le estaba vedado a las mujeres. Pensó que su única solución era viajar por el mundo hasta lograr que la aceptaran y para tal fin se casó con un estudiante de paleontología, Vladimir Kovalevsky. Sonya y Vladimir pertenecían a la camada de rusos librepensadores que, en tiempos prerevolucionarios, dieron el nombre a una de las pocas palabras en ruso que tiene vigencia universal – intelligentsia. Los hombres y mujeres de la intelligentsia fomentaban las ideas revolucionarias de la época, eran bohemios en su estilo de vida y, a diferencia de sus pares europeos y norteamericanos, estaban fascinados por la ciencia y su capacidad de cambiar al mundo. Sonya y Vladimir se casaron con el único objetivo de lograr la emancipación de Sonya y su derecho a viajar por el mundo.
Recalaron en Heidelberg (Alemania) donde Sonya pudo continuar sus estudios en Matemáticas. Insatisfecha con el nivel alcanzado, decidió ir a Berlín para estudiar con una de las mentes más brillantes de la época, Karl Weierstrass, pero le esperaba una nueva desilusión cuando se entera que tampoco es aceptada por su condición de mujer. Convence a Weierstrass para que le de lecciones particulares y supervise su tesis de doctorado en ecuaciones diferenciales. Tras cuatro arduos años de estudio, obtiene en 1874 su doctorado “in absentia” en la Universidad de Götingen (Alemania). Con el título bajo el brazo busca, sin éxito, trabajo en Alemania y Rusia. Lo consigue en la Universidad de Estocolmo (Suecia) donde realiza una brillante carrera, a tal punto que en 1888 gana un premio científico otorgado por la Academia Francesa de Ciencias, en una competencia para trabajos enviados anónimamente. El jurado quedó tan impresionado por la calidad del trabajo presentado que decidió elevar el valor del premio desde su valor original de 3000 a 5000 francos. Para completar su revancha, fue la primera mujer elegida como miembro de la Academia Rusa de Ciencias. Fallece de neumonía en 1891 en el mejor momento de su carrera profesional.
Recién en esta generación han accedido las mujeres a las tareas científicas en número considerable. Inclusive algunas cuestionan a los gobernantes; El ex ministro Cavallo les respondió con la antidiluviana expresión : ¡Andá a lavar los platos!.
Botánica y Zoología fueron inicialmente las disciplinas donde pudieron insertarse mejor, aunque sus tareas consistían básicamente en la observación y recolección de muestras y especímenes, las que eran luego entregadas a hombres quienes se encargaban de la descripción y fundamentalmente de la publicación de los resultados. Sólo una mujer contribuyó con un “paper” (publicación científica) a los Anales de la Sociedad Botánica de Londres, sociedad científica que existió entre los años 1836 al 1856. Como era de esperar, no se le permitió la lectura del trabajo, sino que debió cedérselo a un científico quien, gentilmente, consintió en leerlo para el auditorio. La Sociedad Botánica de Londres era una de las más liberales de la época, integrada principalmente por aquellos que no podían acceder a las sociedades científicas prestigiosas, básicamente por restricciones sociales. Pese a su aparente liberalidad, la Sociedad Botánica no permitía que las mujeres integraran su comisión directiva y si bien podían votar, sólo lo realizaban a través de un apoderado (varón integrante de la Sociedad).
Las Matemáticas también fueron consideradas inadecuadas para el “sexo débil”. Sobresaliente por su tenacidad y victoria final es la historia de Sonya Kovalesky (1850 – 1891). Su familia, perteneciente a la clase alta rusa, la educó con los mejores tutores de la época. Su interés por la Matemáticas se origina en un tío que le enseña a jugar ajedrez y le cuenta historias que incluyen al infinito y la cuadratura del círculo. Cuando a los 11 años le están renovando el empapelado del dormitorio y descubren que los papeles no llegan a tiempo deciden recubrir las paredes con hojas litografiadas de conferencias sobre cálculo diferencial e integral. Sonya pasa largas horas fascinada por los símbolos y decide, secretamente, aprender álgebra y geometría. Cuando a los 15 años tomó sus primeras clases sobre el tema, asombró a sus maestros por el dominio de la simbología y la rápida asimilación de los conceptos. No pudo ingresar a la Universidad en su Rusia natal porque le estaba vedado a las mujeres. Pensó que su única solución era viajar por el mundo hasta lograr que la aceptaran y para tal fin se casó con un estudiante de paleontología, Vladimir Kovalevsky. Sonya y Vladimir pertenecían a la camada de rusos librepensadores que, en tiempos prerevolucionarios, dieron el nombre a una de las pocas palabras en ruso que tiene vigencia universal – intelligentsia. Los hombres y mujeres de la intelligentsia fomentaban las ideas revolucionarias de la época, eran bohemios en su estilo de vida y, a diferencia de sus pares europeos y norteamericanos, estaban fascinados por la ciencia y su capacidad de cambiar al mundo. Sonya y Vladimir se casaron con el único objetivo de lograr la emancipación de Sonya y su derecho a viajar por el mundo.
Recalaron en Heidelberg (Alemania) donde Sonya pudo continuar sus estudios en Matemáticas. Insatisfecha con el nivel alcanzado, decidió ir a Berlín para estudiar con una de las mentes más brillantes de la época, Karl Weierstrass, pero le esperaba una nueva desilusión cuando se entera que tampoco es aceptada por su condición de mujer. Convence a Weierstrass para que le de lecciones particulares y supervise su tesis de doctorado en ecuaciones diferenciales. Tras cuatro arduos años de estudio, obtiene en 1874 su doctorado “in absentia” en la Universidad de Götingen (Alemania). Con el título bajo el brazo busca, sin éxito, trabajo en Alemania y Rusia. Lo consigue en la Universidad de Estocolmo (Suecia) donde realiza una brillante carrera, a tal punto que en 1888 gana un premio científico otorgado por la Academia Francesa de Ciencias, en una competencia para trabajos enviados anónimamente. El jurado quedó tan impresionado por la calidad del trabajo presentado que decidió elevar el valor del premio desde su valor original de 3000 a 5000 francos. Para completar su revancha, fue la primera mujer elegida como miembro de la Academia Rusa de Ciencias. Fallece de neumonía en 1891 en el mejor momento de su carrera profesional.
Recién en esta generación han accedido las mujeres a las tareas científicas en número considerable. Inclusive algunas cuestionan a los gobernantes; El ex ministro Cavallo les respondió con la antidiluviana expresión : ¡Andá a lavar los platos!.
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