domingo, 19 de septiembre de 2010

ALLÁ VAMOS


El dilema de la superpoblación en el planeta es un tema inevitable para quienes analizan el futuro mediato. La tendencia es muy clara: la población aumenta, la expectativa de vida se alarga, el consumo de energía y alimentos crece significativamente, pero hay una restricción fundamental: el planeta que nos aloja es el mismo de siempre.

Podemos (y debemos) ahorrar energía, reciclar el agua, consumir menos, pero siempre hay un límite inferior para la huella ecológica individual y si no se frena el aumento de la población, inexorablemente no habrá recursos para todos.

Un grupo de científicos reflota una vieja idea para darle una solución parcial al problema: la colonización del espacio. Si bien la cara más conocida de ese grupo es Stephen Hawking, uno de los que más interviene en el debate es el historiador Roger Launius, curador del Smithsonian National Air and Space Museum.

Launius defiende fervorosamente la idea de colonizar el sistema solar. Es conocido que algunas bacterias pueden sobrevivir en el espacio exterior, pero no el ser humano. Por lo cual hay, a la fecha, sólo dos soluciones posibles para poder vivir en otro planeta: crear artificialmente una biosfera donde podamos habitar o modificarnos radicalmente para poder adaptarnos a las condiciones del nuevo habitat.

Estas modificaciones tan radicales nos transformarían en cyborgs: un organismo viviente que es una combinación de partes orgánicas y partes electromecánicas. Dicho en términos algo más crudos: en parte humano, en parte máquina.

Según Launius el enfoque no es tan dramático si consideramos los millones de seres humanos que sobreviven o mejoran su calidad de vida merced a los aparatos y dispositivos artificiales que tienen en su interior físico: marcapasos, stents, implantes cocleares, implantes dentales, brazos, piernas, rodillas y codos artificiales. Sin lugar a dudas, hay muchos más dispositivos que desconozco, pero es seguro que los humanos no nacemos con ellos. Según Launius, ya hemos comenzado a convertirnos en cyborgs.

Es evidente que se necesita un enorme salto tecnológico para pasar de unos pocos implantes artificiales a tener la capacidad de sobrevivir en atmósferas extraterrestres. Pero al final es sólo una cuestión de asignarle el tiempo y los recursos humanos y económicos apropiados. Lo realmente importante son las implicancias éticas, morales y tal vez religiosas que la idea conlleva.

El dilema ético radica en si podemos justificar los cambios que tenemos que hacer para que sobreviva la especie humana, aunque esos cambios den como resultado algo diferente al ser humano que conocemos. ¿Esta nueva especie tendrá sólo una simulación de la conducta humana?, ¿tendrá las intuiciones y sensibilidades morales que nos caracterizan? Si realmente proponemos la colonización del espacio como la mejor solución, ¿seremos los aprendices de brujos de los futuros Terminators?

Aún falta mucho para tomar decisiones al respecto, y hay multitud de problemas más acuciantes en el corto plazo. Pero el largo plazo siempre llega y los pensadores más lúcidos deben iniciar el debate. Se trata, nada más y nada menos, que la supervivencia de la especie humana.