miércoles, 17 de octubre de 2007

LA JUNGLA DE LÁTEX


HISTORIA DE LA PELOTA DE FUTBOL, 2º parte.



Los barones del caucho

La vulcanización del caucho marcó el comienzo de una poderosa actividad comercial e industrial: vestimentas, calzados, juguetes, cañerías, neumáticos para la naciente industria automotriz y pelotas de golf y tenis para las clases acomodadas inglesas. La demanda mundial de caucho crecía vertiginosamente y los principales proveedores estaban en América del Sur.

El caucho aparece en forma de suspensión coloidal en el látex producido por varias moráceas y euforbiáceas intertropicales. Si bien hay un gran número de especies que exudan secreciones similares al látex cuando se hace una incisión en el tronco, sólo unas pocas producen una cantidad suficiente que justifica su explotación económica. Entre ellas sobresale la Hevea Brasiliensis –árbol de la shiringa– cuya abundancia en la cuenca amazónica creó un núcleo de lujo y poder en el corazón de la selva brasileña.

Entre 1865 y 1915, decenas de miles de personas se trasladaron hacia las zonas caucheras bajo una impronta similar a la denominada “fiebre del oro” ocurrida en los Estados Unidos. La región más pobre y deshabitada de Brasil se transformó en un centro económico pujante, donde las mansiones de los patrones caucheros estaban equipadas con electricidad, agua corriente y teléfonos. Los “nuevos ricos”, denominados barones del caucho, convirtieron al puerto fluvial de Manaos en una metrópoli deslumbrante donde se consumía más champaña que en Francia y donde los trajes y camisas se enviaban a lavar y planchar a Londres o París.

El edificio más impactante de Manaos fue el Teatro de la Ópera construido con los materiales más lujosos de la época: mármoles italianos, lámparas de cristal de Murano y barras de hierro forjado escocés. Las maderas utilizadas eran brasileñas, pero eran enviadas a tallar a Europa. Era lógico que el camino de acceso al teatro estuviera pavimentado con caucho para amortiguar el ruido de los lujosos carruajes. Para la inauguración en 1896, quisieron traer al “astro pop” más famoso de la época –el tenor italiano Enrico Caruso–, pero el mismo se negó debido al intenso calor y humedad reinante en la zona.

Cuando la perspectiva es enriquecerse rápida y fácilmente, los aventureros llegan en tropel; el más renombrado fue Carlos Fernando Fitzcarraldo. Nació en Perú en 1862, hijo de William Fitzgerald, un irlandés radicado en ese país. Acusado de espiar para Chile durante la guerra del Pacífico, tuvo que ocultarse en las selvas orientales del Perú, región que pronto se sumó al boom del caucho. Fitzcarraldo edificó su fortuna secuestrando indígenas y condenándolos a extraer caucho bajo un régimen de semiesclavitud. Los peones peruanos, bolivianos y brasileños que trabajan en sus cauchales terminaban en un círculo de endeudamiento creciente, puesto que imperaba un sistema denominado “habilito” mediante el cual terminaban cambiando sus salarios por alimentos, visitas al burdel y deudas de juego, todos las cuales eran propiedad de Fitzcarraldo.

En 1893, con 2000 peones a su cargo era el patrón cauchero más rico de la región y había obtenido del gobierno de Bolivia el derecho exclusivo de navegación por los ríos de la zona. Su ambición no tenía límites y se propuso transportar por vía fluvial su producción de caucho hasta Manaos; el inconveniente radicaba en un istmo (que lleva su nombre) que comunica la cuenca del río Ucayalí con los ríos Madre de Dios y Beni. Para poder cruzar el istmo hizo arrastrar a su principal navío, la “Costamana”, a lo largo de 10 kilómetros de tierra y elevándolo más de 450 metros. El barco, colocado sobre troncos aceitosos, era impulsado por una máquina de vapor y empujado por decenas de indígenas, varios de los cuales murieron cuando el barco súbitamente retrocedía.

La expedición de Fitzcarraldo y el cruce del istmo fue llevado al cine por el director alemán Werner Herzog en 1982. Herzog, un director obsesivo, fanático y tiránico contrató a Jasón Robards y a Mick Jagger, vocalista de los Rolling Stones, para los roles principales de su película “Fitzcarraldo”; al igual que Caruso, ambos se desalentaron por el calor, la humedad y los insectos. Volvió a recurrir a su “actor fetiche” –Klaus Kinski–, tal vez el actor ideal para interpretar al aventurero iluminado hasta la ceguera y la locura por la prosecución de un sueño: la construcción de un teatro de ópera en plena selva amazónica. La filmación estuvo plagada de contratiempos: la guerra entre Perú y Ecuador destruyó el campamento montado para los actores y técnicos, una intensa sequía retrasó considerablemente la realización de las escenas fluviales y una picadura de serpiente terminó con la amputación de la pierna de un camarógrafo. Los indígenas, contratados para las escenas de la subida del barco sobre el istmo, estuvieron a punto de asesinar a Klaus Kinski debido a sus diarios ataques de furia. El intenso realismo de las escenas le valió a Herzog el premio al mejor director en el Festival de Cannes de 1982.

Fitzcarraldo y uno de sus socios mueren en 1897 durante un viaje por río en circunstancias aún no aclaradas. Las peleas entre su viuda y hermanos con el resto de los socios termina produciendo la sublevación de peones, colonos e indígenas y el fin de su imperio ubicado en la selva peruano-boliviana.

Se acabó la fiesta

A finales del siglo XIX, el caucho se había transformado en una materia prima imprescindible para las economías industrializadas. La emergente industria del automóvil pronosticaba un incremento significativo de la demanda y su correspondiente aumento de precio. Como la producción extractiva en la selva amazónica era irregular en términos cuantitativos y cualitativos, Inglaterra, la potencia imperial de la época, planificó una estrategia para poder controlar la producción y el precio de un insumo tan valioso.

Los barones del caucho eran conscientes de la envidia que despertaban sus vastas fortunas, por lo cual castigaban con la pena de muerte cualquier intento de exportación de semillas de Hevea Brasiliensis. No obstante, la recompensa era muy elevada para quien se atreviera a hacerlo y fue así que Henry Wickam en 1876 consiguió disimular el embarque de 70.000 semillas de Hevea y transportarlas hacia Inglaterra.

Un pequeño ejército de científicos se instaló en los Jardines Botánicos de Londres con el objetivo de obtener variedades más resistentes y de mayor productividad. Con el apoyo sistemático y financiero del gobierno británico y de capitales privados trasladaron las nuevas variedades hacia las colonias asiáticas donde establecieron plantaciones masivas y comercialmente organizadas, particularmente en Malasia, Ceilán (hoy Sri Lanka) y Singapur. Fue inevitable que para 1915 las colonias produjeran el doble de caucho que el Amazonas; en 1920, producían ocho veces más y para 1939 el 98% de la producción mundial de caucho era originaria del continente asiático. Los barones del caucho se fundieron, los establecimientos caucheros prácticamente desaparecieron en la cuenca amazónica y Manaos se convirtió en la sombra de un pasado de lujo y esplendor.

Los Estados Unidos y Brasil intentaron contrarrestar la influencia del nuevo monopolio británico. Tras numerosos estudios de factibilidad técnico – económica desarrollados a lo largo del Amazonas, la Ford Motor Company compró en 1922 un millón de hectáreas donde se plantaron 70 millones de semillas de Hevea Brasiliensis. A pesar de que el proyecto estaba conducido por la empresa más exitosa de la época, el mismo fracasó debido a las condiciones precarias de los medios de transporte, a la falta de mano de obra experimentada, a las dificultades topográficas de la región (denominada Fordlandia por los residentes) y, fundamentalmente, a la infección de los árboles por una plaga fúngica que los diezmó. La empresa decidió abandonar el territorio brasileño en 1945 para proveerse con caucho sintético que la industria química norteamericana había desarrollado durante la Segunda Guerra Mundial.

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