lunes, 22 de octubre de 2007

ESTALLÓ EL VERANO


El calentamiento global y el adelgazamiento de la capa de ozono son dos serios problemas que la humanidad debe resolver para garantizar su continuidad en el planeta. Sin lugar a dudas, es un buen momento para conocer algunos conceptos relativos al sol y a la radiación solar que llega a nuestro planeta.

La tierra gira alrededor del sol en una órbita elíptica con el sol en uno de sus focos. La cantidad de radiación solar que llega al planeta es inversamente proporcional al cuadrado de la distancia entre ambos. La distancia promedio sol-tierra es 149.597.890 ± 500 km; los técnicos y científicos tienden a utilizar notaciones más cómodas y es por ello que tal distancia se denomina 1 Unidad Astronómica (AU, Astronomic Unit), equivalente a 149.600.000 km. Debido a la órbita elíptica, la distancia sol-tierra varía a lo largo del año desde un valor mínimo de 0.983 AU (147.056.800 km) hasta un valor máximo de 1.017 AU (152.143.200 km).

La tierra, además de girar alrededor del sol, rota alrededor de un eje denominado eje polar, el cual está inclinado aproximadamente 23.5º respecto a la perpendicular al plano de revolución de la tierra respecto al sol. La rotación de la tierra alrededor del eje polar produce los cambios diurnos en la radiación que llega a un punto del planeta, mientras que la posición del eje polar respecto al sol es la causa de los cambios estacionales de la misma radiación.

Si trazamos una línea imaginaria que una el centro del sol con el centro de la tierra y medimos el ángulo que forma tal línea con un plano (imaginario) que corta al ecuador terrestre, veremos que ese ángulo, denominado declinación solar, varía permanentemente. Este ángulo vale cero en los equinoccios (significa noches iguales) y corresponde al comienzo de la primavera y del otoño. Tiene un valor de +23.5º en el solsticio de verano y un valor de -23.5º en el solsticio de invierno. Es conocido que las fechas de los solsticios (época en la que el Sol se halla en uno de los dos trópicos) son opuestas entre los hemisferios norte y sur.

Un día solar es el intervalo de tiempo (no necesariamente 24 horas) en que el sol “aparenta” completar un ciclo alrededor de un observador estacionario en la tierra. El día solar varía en longitud a lo largo del año. Una sencilla prueba confirma esta afirmación: si una persona orientada hacia el ecuador, cuando el sol está directamente sobre el meridiano local ajusta un reloj a las 12 AM y regresa 30 días después cuando el mismo reloj vuelve a marcar las 12 AM, encontrará que el sol no está exactamente sobre el meridiano local; es posible una discrepancia de hasta 16 minutos. Los motivos de esta variación se deben a ciertas características combinadas entre la rotación alrededor del sol y alrededor del eje polar.

La extensión del día (en oposición a la noche) depende no solamente de la declinación solar, sino también de la latitud geográfica. En la región polar, el sol no “asciende” durante el invierno y no hay una puesta de sol durante el verano. En el polo norte, la duración del día polar es de 186 días y la noche polar se extiende durante 179 días (o noches, si usted prefiere). En el ecuador, la latitud geográfica tiene un valor cero y la duración del día es independiente de la declinación solar (independiente de la estación) y es siempre igual a 12 horas. Por último, la longitud del día en los equinoccios es independiente de la latitud e igual a 12 horas.

Johannes Kepler contribuyó significativamente al avance de la Astronomía al postular tres leyes relativas al movimiento de los planetas. La primera se refiere a las órbitas elípticas de los mismos alrededor del sol, mientras que la segunda y la tercera están relacionadas con la velocidad de giro.

Kepler nació en Alemania en 1571 y tuvo una vida colmada de dificultades: durante su infancia contrajo viruela, enfermedad que le afectó sus manos y su visión; su padre era alcohólico, su madre fue acusada de brujería y vio morir a su primera esposa y a varios de sus hijos. Tuvo que soportar varias persecuciones durante los habituales conflictos religiosos de su época.

Estudió Matemáticas y Astronomía en Tübingen y fue asistente de Tycho Brahe en Praga, a quien sucedió en el puesto de astrónomo imperial. Observador metódico, combinó sus datos astronómicos con una profunda convicción religiosa respecto a que Dios había diseñado el mundo de una forma estéticamente placentera y matemáticamente simple, combinación que jugó un rol fundamental en el desarrollo de sus leyes planetarias.

Tal vez tantas desgracias en su vida pudieron ser mitigadas al tener el privilegio de ser el último observador de una supernova en nuestra galaxia. Una supernova es una estrella en explosión que libera una enorme cantidad de energía de forma tal que puede observarse nítidamente una “llamarada” de luz donde antes no se observaba prácticamente nada. Su brillo aumenta en forma espectacular durante un tiempo variable y los primeros astrónomos suponían que había nacido una estrella nueva. La magnitud de la explosión estelar motivó la elección del prefijo súper, mientras que nova proviene del latín y significa nueva.

Durante el año 1604, Kepler realiza una sistemática observación de una nova localizada en la constelación Ophiuchus (Ofiuco o el Portador de la Serpiente), a una distancia entre 20.000 y 40.000 años luz de nuestro planeta. Era el tercer cuerpo más brillante en el cielo nocturno (sólo lo superaban la luna y Venus) y permanece visible un año antes de desaparecer. Kepler publica en 1606 los resultados de sus observaciones en su libro De Stella Nova (La Nueva Estrella); muchos años después, el cuerpo celeste recibe el nombre de Estrella de Kepler o Supernova de Kepler.

Ninguna otra supernova volvió a aparecer en nuestra galaxia, la Vía Láctea, a pesar que miles de astrónomos no dudarían en hacer un pacto con el diablo para que ello ocurriera.

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