viernes, 13 de julio de 2007

FRANKENSTEIN DESENCADENADO


A partir de la década del 50 comenzó a desarrollarse una revolución silenciosa en vastos sectores del planeta: “La Revolución Verde”: la introducción de nuevas variedades de plantas unido a importantes inversiones en el control del agua para riego, la incorporación de cantidades crecientes de fertilizantes y pesticidas y ciertas innovaciones genéticas incrementaron la producción de alimentos a un nivel sin precedentes, no sólo en los países desarrollados sino también en algunas economías en vías de desarrollo. Año tras año, aumentó el área cultivada y la producción de alimentos. La combinación de mayor disponibilidad de alimentos, caída de los precios, aumento del comercio internacional y mejoras en la calidad del producto final salvó de la hambruna a millones de seres humanos.

Pero la población mundial sigue creciendo; se pronostica para el año 2015 una cantidad superior a los 7.000 millones de habitantes. Otros proyectan que en el 2025 seremos 8.000 millones compitiendo por los recursos alimentarios del planeta. El problema radica en que las áreas aptas para cultivo, bajo el paradigma de la revolución verde, están casi en su totalidad ya completamente ocupadas. Sólo podría incrementárselas a costa de la destrucción de selvas y bosques, con los consecuentes perjuicios al medio ambiente y una significativa pérdida de biodiversidad. Los rendimientos en las áreas actualmente cultivadas están muy próximos a los que se obtienen en los laboratorios de investigación científica y por lo tanto no puede esperarse un aumento significativo de los mismos con las tecnologías de la revolución verde.

La revolución verde tuvo sus perdedores: los pequeños productores de las zonas pobres del planeta, sin los recursos económicos, culturales y de infraestructura imprescindibles para adaptar la nueva tecnología, vieron como los precios internacionales de sus productos caían por debajo de sus costos, haciéndolos retroceder a economías de subsistencia. El uso indiscriminado de los pesticidas produjo severos daños en la salud de numerosas comunidades agrícolas. Los pesticidas también eliminaron a varios predadores naturales de los insectos dañinos y, a través del mecanismo de la selección natural, permitieron la expansión de especies resistentes a los mismos. Además, las tecnologías de la revolución verde requieren de importantes cantidades de agua, recurso que se está tornando escaso o costoso para el mantenimiento de rendimientos crecientes.

Los centros de investigación científica en biotecnología agrícola del Primer Mundo propusieron una solución: la creación de variedades vegetales genéticamente modificadas (GM) con tolerancia a herbicidas y resistentes al ataque de las plagas. El resultado: un aumento significativo en la producción por hectárea y por ende la posibilidad de incrementar significativamente la disponibilidad mundial de alimentos sin la necesidad de aumentar el área cultivada.

Son las plantas transgénicas; llevan en su genoma uno o más genes (denominados transgenes) que provienen de otra especie vegetal, animal o microbiana. Mediante una pistola de genes se disparan micropartículas de oro recubiertas con ADN hacia el interior de las células vegetales. Cuando llegan, el ADN se separa de las micropartículas y se inserta en los cromosomas de la planta huésped. El objetivo de esta tarea, tecnológicamente compleja, es que las plantas fabriquen su propio insecticida, sean inmunes a las enfermedades y eviten ser “liquidadas” por los herbicidas de amplio espectro que se encargan de aniquilar las malezas que intentan competir por el espacio y los nutrientes.

A partir de los exitosos resultados obtenidos, los científicos están concentrados en la obtención de nuevas variedades; algunas producirán altos contenidos de aceites, otras serán ricas en proteínas y otras en aminoácidos, todas ellas de indudable interés comercial. Se prevee una “Tercera Ola” de plantas GM orientadas a la obtención de productos farmaceúticos, tales como vacunas o insulina, y plantas “diseñadas” para la producción de plásticos, con el objetivo de reemplazar los procesos actuales que utilizan como materia prima hidrocarburos contaminantes y no renovables.

Las plantas GM son el eje de furiosos debates entre sus defensores y sus detractores. La defensa llama a J. Mosterín, catedrático de Filosofía, Ciencia y Sociedad del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de España. Mosterín plantea que son tres las razones por las cuales deberíamos alarmarnos ante la introducción de un nuevo alimento: 1) porque representa peligro cierto para la salud humana; 2) porque puede hacer sufrir a algún animal sensible; y 3) porque disminuya la biodiversidad de la biósfera. El científico español afirma que, a la fecha, ningún estudio publicado en las revistas científicas de prestigio ha indicado que los alimentos obtenidos a partir de plantas GM produzca daño alguno en la salud de los seres humanos (por el contrario, el mal de la “vaca loca” ha ocasionado la muerte de personas y es el resultado de un proceso agropecuario no transgénico). Respecto al segundo motivo, Mosterín establece que las plantas no pueden sufrir porque no tienen un sistema nervioso, y por lo tanto no hay restricciones éticas para su producción.

Respecto al problema de la pérdida de biodiversidad, Mosterín sostiene que “la agricultura es el mayor enemigo de la biodiversidad”. En cada área cultivada, una especie de interés comercial está desplazando a las especies vegetales originales y también a la fauna que habitaba ese ecosistema. La tala de bosques o selvas tiene como principal objetivo agregar áreas agrícolas para sostener el equilibrio entre la oferta y la demanda de alimentos, a costa de un impacto muy perjudicial en la biodiversidad. En conclusión, si logramos incrementar la producción por hectárea (las plantas GM lo hacen), podemos evitar el aumento del área cultivada y entonces los Estados podrán adoptar medidas para recuperar áreas boscosas y selváticas con la correspondiente protección a la biodiversidad. Es importante aclarar que una planta GM representa un riesgo para el ambiente sólo si puede sobrevivir por si misma fuera del cultivo o si se cruza naturalmente con sus “parientes silvestres” que conviven en la misma región (el gen se transfiere a través del polen).

Los adversarios de las plantas GM no dudan en utilizar slogans fuertes y mediáticos: “Comida de Frankenstein”, “Bomba atómica biológica”, “Manipulación genética”, “Productos contra-natura”. Los defensores contraatacan: “¿Por qué tanto miedo?”, “Menosprecio de la ciencia”, “Nada es menos natural que lo que llamamos Naturaleza”, “Los que dudan del progreso es porque la historia no ha mantenido las promesas que esperaban de ella”.

El debate está abierto; lo importante es que sigamos escuchando y leyendo opiniones de unos y otros, pero que nuestra decisión final se base en argumentos científicos y/o político–estratégicos y no en ideología o sentimentalismo.

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