Hace unos años se estrenó una película francesa cuyo argumento consiste en la -primero preocupación y luego- desesperación de los padres de un “treintiañero” cuando él mismo se niega a abandonar el hogar paterno y asumir las responsabilidades propias de su edad. ¿Moda pasajera o símbolo de los tiempos?. Lo concreto es que el fenómeno crece y ya es objeto de interés de los cientistas sociales.
Muy diferente fue la situación que encontró el antropólogo Hans Hoffmann cuando estudió a las tribus Galla en la lejana Etiopía. Los roles y/o tareas que los varones de la tribu podían desarrollar estaban estructurados según cinco etapas denominadas Dabella, Folle, Kondala, Luba y Yuba. Cada integrante de esa sociedad permanecía ocho años en una etapa para luego pasar, automáticamente, al nivel superior. Lo peculiar de la situación era que se ingresaba al primer nivel en el preciso momento en que el padre abandonaba el último nivel; el hijo ingresaba a la etapa Dabella cuarenta años después que lo había hecho su padre (el período de cuarenta años se mantenía aunque el padre hubiera fallecido antes de concluirlo).
Describamos las tareas de cada nivel: durante su estadía por Dabella, los varones no podían mantener relaciones sexuales y “vagabundeaban” pidiéndole comida a las mujeres casadas. En la siguiente etapa podían mantener relaciones sexuales sin “formalizarlas” y pasaban gran parte de su tiempo organizando procesiones y preparando máscaras alusivas a las mismas. En el nivel Kondala se convertían en guerreros y podían casarse. El coraje y la destreza que mostraron durante ese período eran la mejor “carta de presentación” para ocupar los cargos ejecutivos, administrativos o religiosos, disponibles sólo para quienes pertenecían al nivel Luba. Durante el último período se transformaban en consejeros de los nuevos “funcionarios”, transmitiéndoles la experiencia recogida durante los anteriores ocho años. La descripción concuerda bastante con lo que denominamos niñez, adolescencia, juventud, madurez y vejez.
La rigidez del sistema podía dar lugar a situaciones que afectarían la supervivencia de la tribu: supongamos que un varón ingresaba al sistema con 13 años y su hijo nacía cuando tenía 30 años (recordemos que sólo podían casarse en el tercer nivel). El padre se “jubilaba” con 53 años (13 + 40), y sólo en ese momento el hijo ingresaba al nivel Dabella (con 23 años). Durante los siguientes ocho años era un “mantenido” y seguía sin poder responder a los requerimientos de sus hormonas sexuales. Su vida se complicaba cuando lo mandaban a pelear teniendo más de 40 años contra enemigos, probablemente más jóvenes y fuertes. La tribu podía ser fácilmente derrotada en las batallas si muchos de sus guerreros estaban en esa condición.
Podemos analizar otras situaciones: un padre tiene dos hijos separados aproximadamente 10 años en sus respectivas fechas de nacimiento; cuando el padre concluye la etapa Yuba, los dos hijos ingresan al sistema el mismo día y se mueven a lo largo del mismo en forma simultánea. Es altamente probable que uno de los dos no sincronice su edad cronológica con las tareas que la tribu le permita o le obligue a realizar. También puede darse el caso que se ingrese al primer nivel sin siquiera haber nacido: un padre ingresa muy joven al sistema y tiene un hijo 50 años después. Si bien el nacimiento se produce 10 años después de su retiro, las reglas del sistema indican que el recién nacido pertenece al segundo nivel y que al cumplir 6 años lo pueden mandar a combatir (o casarse) y que se jubilará con sólo 30 años de edad.
Lo fascinante de la situación fue analizar como pudo sobrevivir una sociedad en la que los roles no dependían de la edad cronológica, del conocimiento o de la fuerza física sino que estaba impuesta por el azar representado en la fecha de nacimiento de cada individuo. ¿Acaso no nos llama la atención cuando un “niño prodigio” ingresa a la Universidad con menos de 15 años, o un delantero sigue metiendo goles con más de 35 “pirulos”, o el joven brillante (con el doctorado de alguna universidad del primer mundo bajo el brazo) a quien se le da una responsabilidad de gobierno habitualmente a cargo de una persona de mayor edad?. Las sociedades humanas se han desarrollado bajo la constante de definir privilegios y obligaciones diferentes según la edad de cada integrante de la misma. La sustentabilidad de una sociedad está directamente relacionada con una adecuada distribución de roles y tareas según la edad cronológica de los individuos que la integran. Algunas de las tribus Galla, a pesar de su peculiar sistema de organización social, sobrevivieron.
Hoffmann estudió al sistema utilizando una técnica matemática denominada cadenas de Markov. Andrei Andreievich Markov (1856-1922) fue un notable matemático ruso que postuló el principio de que existen ciertos procesos dinámicos estocásticos cuyo futuro depende de su presente, pero no de su pasado. Un proceso se define como estocástico cuando su evolución no se conoce con certeza y sólo se le puede asignar una distribución de probabilidad a la misma. Hoffmann asumió que, al definirse por primera vez el esquema de etapas, la mayoría de los varones de la tribu estaba en el nivel adecuado y estableció otras suposiciones necesarias para realizar el cálculo de las transiciones entre generaciones. El resultado obtenido al determinar, mediante cadenas de Markov, la distribución de los niveles en el largo plazo mostró que no se producían cambios significativos en la proporción de individuos que integran cada nivel y por lo tanto el sistema era estable.
Hoffmann fue un pionero en el uso de herramientas matemáticas de cierta complejidad en estudios antropológicos. Sería interesante especular cuáles utilizarán los antropólogos del futuro cuando les toque estudiar a nuestros “eternos adolescentes”.
Muy diferente fue la situación que encontró el antropólogo Hans Hoffmann cuando estudió a las tribus Galla en la lejana Etiopía. Los roles y/o tareas que los varones de la tribu podían desarrollar estaban estructurados según cinco etapas denominadas Dabella, Folle, Kondala, Luba y Yuba. Cada integrante de esa sociedad permanecía ocho años en una etapa para luego pasar, automáticamente, al nivel superior. Lo peculiar de la situación era que se ingresaba al primer nivel en el preciso momento en que el padre abandonaba el último nivel; el hijo ingresaba a la etapa Dabella cuarenta años después que lo había hecho su padre (el período de cuarenta años se mantenía aunque el padre hubiera fallecido antes de concluirlo).
Describamos las tareas de cada nivel: durante su estadía por Dabella, los varones no podían mantener relaciones sexuales y “vagabundeaban” pidiéndole comida a las mujeres casadas. En la siguiente etapa podían mantener relaciones sexuales sin “formalizarlas” y pasaban gran parte de su tiempo organizando procesiones y preparando máscaras alusivas a las mismas. En el nivel Kondala se convertían en guerreros y podían casarse. El coraje y la destreza que mostraron durante ese período eran la mejor “carta de presentación” para ocupar los cargos ejecutivos, administrativos o religiosos, disponibles sólo para quienes pertenecían al nivel Luba. Durante el último período se transformaban en consejeros de los nuevos “funcionarios”, transmitiéndoles la experiencia recogida durante los anteriores ocho años. La descripción concuerda bastante con lo que denominamos niñez, adolescencia, juventud, madurez y vejez.
La rigidez del sistema podía dar lugar a situaciones que afectarían la supervivencia de la tribu: supongamos que un varón ingresaba al sistema con 13 años y su hijo nacía cuando tenía 30 años (recordemos que sólo podían casarse en el tercer nivel). El padre se “jubilaba” con 53 años (13 + 40), y sólo en ese momento el hijo ingresaba al nivel Dabella (con 23 años). Durante los siguientes ocho años era un “mantenido” y seguía sin poder responder a los requerimientos de sus hormonas sexuales. Su vida se complicaba cuando lo mandaban a pelear teniendo más de 40 años contra enemigos, probablemente más jóvenes y fuertes. La tribu podía ser fácilmente derrotada en las batallas si muchos de sus guerreros estaban en esa condición.
Podemos analizar otras situaciones: un padre tiene dos hijos separados aproximadamente 10 años en sus respectivas fechas de nacimiento; cuando el padre concluye la etapa Yuba, los dos hijos ingresan al sistema el mismo día y se mueven a lo largo del mismo en forma simultánea. Es altamente probable que uno de los dos no sincronice su edad cronológica con las tareas que la tribu le permita o le obligue a realizar. También puede darse el caso que se ingrese al primer nivel sin siquiera haber nacido: un padre ingresa muy joven al sistema y tiene un hijo 50 años después. Si bien el nacimiento se produce 10 años después de su retiro, las reglas del sistema indican que el recién nacido pertenece al segundo nivel y que al cumplir 6 años lo pueden mandar a combatir (o casarse) y que se jubilará con sólo 30 años de edad.
Lo fascinante de la situación fue analizar como pudo sobrevivir una sociedad en la que los roles no dependían de la edad cronológica, del conocimiento o de la fuerza física sino que estaba impuesta por el azar representado en la fecha de nacimiento de cada individuo. ¿Acaso no nos llama la atención cuando un “niño prodigio” ingresa a la Universidad con menos de 15 años, o un delantero sigue metiendo goles con más de 35 “pirulos”, o el joven brillante (con el doctorado de alguna universidad del primer mundo bajo el brazo) a quien se le da una responsabilidad de gobierno habitualmente a cargo de una persona de mayor edad?. Las sociedades humanas se han desarrollado bajo la constante de definir privilegios y obligaciones diferentes según la edad de cada integrante de la misma. La sustentabilidad de una sociedad está directamente relacionada con una adecuada distribución de roles y tareas según la edad cronológica de los individuos que la integran. Algunas de las tribus Galla, a pesar de su peculiar sistema de organización social, sobrevivieron.
Hoffmann estudió al sistema utilizando una técnica matemática denominada cadenas de Markov. Andrei Andreievich Markov (1856-1922) fue un notable matemático ruso que postuló el principio de que existen ciertos procesos dinámicos estocásticos cuyo futuro depende de su presente, pero no de su pasado. Un proceso se define como estocástico cuando su evolución no se conoce con certeza y sólo se le puede asignar una distribución de probabilidad a la misma. Hoffmann asumió que, al definirse por primera vez el esquema de etapas, la mayoría de los varones de la tribu estaba en el nivel adecuado y estableció otras suposiciones necesarias para realizar el cálculo de las transiciones entre generaciones. El resultado obtenido al determinar, mediante cadenas de Markov, la distribución de los niveles en el largo plazo mostró que no se producían cambios significativos en la proporción de individuos que integran cada nivel y por lo tanto el sistema era estable.
Hoffmann fue un pionero en el uso de herramientas matemáticas de cierta complejidad en estudios antropológicos. Sería interesante especular cuáles utilizarán los antropólogos del futuro cuando les toque estudiar a nuestros “eternos adolescentes”.
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