Thomas Friedman, columnista estrella del New York Times y uno de los periodistas más influyentes de la actualidad, se encuentra “recluido” escribiendo su nuevo libro relacionado con el problema energético mundial y el cambio climático. En uno de sus últimos escritos periodísticos había entrevistado a dos científicos, el profesor en temas de Ingeniería Robert Socolow y al profesor en Ecología Stepen Pacala, ambos trabajando en la Iniciativa para la Mitigación del Carbón (Carbon Mitigation Initiative) en la Universidad de Princeton en los Estados Unidos.
Ambos científicos trazaron un panorama muy sombrío resumido en la frase: “Estamos desarrollando un experimento que está sin control en el único hogar que tenemos”. Expresándolo en números: si las emisiones de dióxido de carbono continúan creciendo al ritmo de los últimos 30 años durante los próximos 50 años, se duplicará la concentración de CO2 en la atmósfera, llegando a las 560 partes por millón para el año 2050. Estos números no incluyen a países como China e India cuya contribución a la contaminación ambiental es relativamente reciente y cuya voluntad y posibilidad de tener industrias poco contaminantes es muy baja.
Ahora bien, si no se empieza a reducir rápidamente la emisión de CO2 para evitar duplicar la concentración en la atmósfera, llegará un momento en que las únicas alternativas factibles serán cerrar todas las fábricas y parar todos los autos o esperar el Tsunami Final.
Socolow y Pacala postulan 15 alternativas para reducir las emisiones de CO2, de las cuales habría que seleccionar al menos 7 para comenzar a solucionar el problema. Estas alternativas deberían permitir el crecimiento de la economía mundial y simultáneamente evitar la emisión de 175 mil millones de toneladas de carbón durante los próximos 50 años (7 alternativas que eliminan 25 mil millones de toneladas cada una de ellas).
Entre las alternativas sugeridas se incluye: reemplazar 1400 usinas alimentadas a carbón por equivalentes alimentadas con gas; duplicar la energía eléctrica que se genera mediante usinas nucleares; reducir en un 25% el consumo de electricidad en hogares, oficinas y negocios; instalar dispositivos de captura y secuestro de carbón en 800 usinas eléctricas; duplicar la economía de combustible en mil millones de autos que están circulando por el mundo. Estas son las alternativas más factibles y todas ellas deberían estar ejecutándose simultáneamente, motivo por el cual prefiero no preocupar a mis lectores mostrándoles las menos factibles.
Ahora las buenas noticias: dos científicos del Los Alamos National Laboratory afirman haber desarrollado un método para transformar el CO2 de la atmósfera nuevamente en combustible. Jeffrey Martin y William Kubic, Jr toman el aire contaminado, lo hacen pasar a través de una solución líquida de carbonato de potasio, el cual se encarga de absorber al gas contaminante. A continuación se extrae el CO2 y se lo somete a una serie de reacciones químicas, que lo vuelven a transformar en un combustible.
Cada una de las etapas del proceso citado está tecnológicamente probada, no hay violación de leyes físicas o químicas y los productos finales podrían ser metanol, nafta o combustible de aviones. Pero como la Termodinámica y la Magia son dos muy disímiles áreas del conocimiento, resulta que hay un pequeño gran problema: para poder pasar de dióxido de carbono a gasolina, hay que consumir una enorme cantidad de energía. Si en tal consumo, se vuelve a emitir CO2 a la atmósfera, indudablemente que estaremos peor que antes.
Si bien se podría utilizar energía solar para el suministro de la energía de transformación, el balance económico vuelca la balanza a favor de la energía nuclear. La idea es utilizar el calor excedente del proceso nuclear para sintetizar al carbón contenido en el CO2, o instalar una planta nuclear como “servidor dedicado” al proceso de transformación. Aún se requieren etapas de estudio, planta piloto y una planta prototipo para obtener las conclusiones definitivas.
Si la propuesta de Martin y Kubic es tecnológica y económicamente factible, tendrá indudables ventajas sobre las alternativas propuestas por los científicos de Princeton, principalmente en lo relativo a la fuente de energía que utilizan los medios de transporte. Lamentablemente, no se han encontrado mejores combustibles que aquellos derivados del petróleo para la propulsión de vehículos. La nafta (gasolina) genera mayor energía por unidad de volumen, es fácil de transportar y almacenar y ya existe toda la industria e infraestructura necesaria para que circulen cientos de millones de autos, a lo largo y ancho del planeta. Ninguna de las alternativas previstas para los autos podría ser utilizada en los aviones.
Los combustibles derivados de los hidrocarburos sólo tienen dos grandes problemas: emiten gases que contaminan la atmósfera y son el sustento económico de regímenes autoritarios y dictatoriales.
Thomas Friedman escribió: "... La primera ley de la petropolítica postula lo siguiente: el precio del crudo y el ritmo de la libertad siempre se mueven en direcciones opuestas en Estados petroleros ricos en crudo. Cuanto más alto sea su precio medio global, más se erosionan la libertad de expresión y prensa, las elecciones libres y justas, la independencia del Poder Judicial y de los partidos políticos y el imperio de la ley. Y estas tendencias negativas se refuerzan por el hecho de que cuanto más sube el precio del petróleo, menos sensibles son los gobernantes con petróleo a lo que el mundo piensa o dice de ellos. Y, al contrario, cuanto más bajo sea el precio del crudo, más obligados se ven esos países a avanzar hacia un sistema político y una sociedad más transparentes, sensibles a las voces de la oposición y centrados en crear las estructuras legales y educativas que maximizarán la capacidad de su pueblo de competir, crear empresas y atraer inversiones extranjeras”.
Ambos científicos trazaron un panorama muy sombrío resumido en la frase: “Estamos desarrollando un experimento que está sin control en el único hogar que tenemos”. Expresándolo en números: si las emisiones de dióxido de carbono continúan creciendo al ritmo de los últimos 30 años durante los próximos 50 años, se duplicará la concentración de CO2 en la atmósfera, llegando a las 560 partes por millón para el año 2050. Estos números no incluyen a países como China e India cuya contribución a la contaminación ambiental es relativamente reciente y cuya voluntad y posibilidad de tener industrias poco contaminantes es muy baja.
Ahora bien, si no se empieza a reducir rápidamente la emisión de CO2 para evitar duplicar la concentración en la atmósfera, llegará un momento en que las únicas alternativas factibles serán cerrar todas las fábricas y parar todos los autos o esperar el Tsunami Final.
Socolow y Pacala postulan 15 alternativas para reducir las emisiones de CO2, de las cuales habría que seleccionar al menos 7 para comenzar a solucionar el problema. Estas alternativas deberían permitir el crecimiento de la economía mundial y simultáneamente evitar la emisión de 175 mil millones de toneladas de carbón durante los próximos 50 años (7 alternativas que eliminan 25 mil millones de toneladas cada una de ellas).
Entre las alternativas sugeridas se incluye: reemplazar 1400 usinas alimentadas a carbón por equivalentes alimentadas con gas; duplicar la energía eléctrica que se genera mediante usinas nucleares; reducir en un 25% el consumo de electricidad en hogares, oficinas y negocios; instalar dispositivos de captura y secuestro de carbón en 800 usinas eléctricas; duplicar la economía de combustible en mil millones de autos que están circulando por el mundo. Estas son las alternativas más factibles y todas ellas deberían estar ejecutándose simultáneamente, motivo por el cual prefiero no preocupar a mis lectores mostrándoles las menos factibles.
Ahora las buenas noticias: dos científicos del Los Alamos National Laboratory afirman haber desarrollado un método para transformar el CO2 de la atmósfera nuevamente en combustible. Jeffrey Martin y William Kubic, Jr toman el aire contaminado, lo hacen pasar a través de una solución líquida de carbonato de potasio, el cual se encarga de absorber al gas contaminante. A continuación se extrae el CO2 y se lo somete a una serie de reacciones químicas, que lo vuelven a transformar en un combustible.
Cada una de las etapas del proceso citado está tecnológicamente probada, no hay violación de leyes físicas o químicas y los productos finales podrían ser metanol, nafta o combustible de aviones. Pero como la Termodinámica y la Magia son dos muy disímiles áreas del conocimiento, resulta que hay un pequeño gran problema: para poder pasar de dióxido de carbono a gasolina, hay que consumir una enorme cantidad de energía. Si en tal consumo, se vuelve a emitir CO2 a la atmósfera, indudablemente que estaremos peor que antes.
Si bien se podría utilizar energía solar para el suministro de la energía de transformación, el balance económico vuelca la balanza a favor de la energía nuclear. La idea es utilizar el calor excedente del proceso nuclear para sintetizar al carbón contenido en el CO2, o instalar una planta nuclear como “servidor dedicado” al proceso de transformación. Aún se requieren etapas de estudio, planta piloto y una planta prototipo para obtener las conclusiones definitivas.
Si la propuesta de Martin y Kubic es tecnológica y económicamente factible, tendrá indudables ventajas sobre las alternativas propuestas por los científicos de Princeton, principalmente en lo relativo a la fuente de energía que utilizan los medios de transporte. Lamentablemente, no se han encontrado mejores combustibles que aquellos derivados del petróleo para la propulsión de vehículos. La nafta (gasolina) genera mayor energía por unidad de volumen, es fácil de transportar y almacenar y ya existe toda la industria e infraestructura necesaria para que circulen cientos de millones de autos, a lo largo y ancho del planeta. Ninguna de las alternativas previstas para los autos podría ser utilizada en los aviones.
Los combustibles derivados de los hidrocarburos sólo tienen dos grandes problemas: emiten gases que contaminan la atmósfera y son el sustento económico de regímenes autoritarios y dictatoriales.
Thomas Friedman escribió: "... La primera ley de la petropolítica postula lo siguiente: el precio del crudo y el ritmo de la libertad siempre se mueven en direcciones opuestas en Estados petroleros ricos en crudo. Cuanto más alto sea su precio medio global, más se erosionan la libertad de expresión y prensa, las elecciones libres y justas, la independencia del Poder Judicial y de los partidos políticos y el imperio de la ley. Y estas tendencias negativas se refuerzan por el hecho de que cuanto más sube el precio del petróleo, menos sensibles son los gobernantes con petróleo a lo que el mundo piensa o dice de ellos. Y, al contrario, cuanto más bajo sea el precio del crudo, más obligados se ven esos países a avanzar hacia un sistema político y una sociedad más transparentes, sensibles a las voces de la oposición y centrados en crear las estructuras legales y educativas que maximizarán la capacidad de su pueblo de competir, crear empresas y atraer inversiones extranjeras”.
No dudo que el ser humano encontrará las respuestas tecnológicas apropiadas para reducir significativamente la problemática del efecto invernadero. Sería fantástico si también encontrara las respuestas apropiadas para eliminar a los dictadores y autoritarios que contaminan las libertades indispensables para una buena calidad de vida.
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